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Presentación del libro La soberanía de la mujer en el Corán

en la Casa Árabe de Córdoba el 6 de junio de 1917

 

Buenas tardes y gracias por venir aquí a pasar este rato que confío les sea agradable.

Como puede leerse en la solapa del libro que tengo el honor de presentarles, casi toda mi vida profesional la he dedicado a la traducción,  en el Ministerio de Asuntos Exteriores de España, en las Naciones Unidas y en otros organismos internacionales. Hace casi nueve años me jubilé y desde entonces he podido hacer aquello a lo que me ha llevado la inclinación, algo que nunca imaginé que terminaría haciendo que es exégesis coránica en general y, en particular, en aquello que toca a las diferencias entre los sexos y a la discriminación contra la mujer que se suele atribuir al honrado Alcorán.

A la exégesis coránica he llegado por mi propia necesidad de cerciorarme y comprobar fehacientemente muchas cosas que se dicen, que se publican, que se difunden y sobre las que muchos musulmanes de ambos sexos nos hemos hecho preguntas con mucha frecuencia y con mucha preocupación. En el estudio de la lengua árabe he empleado muchos años de mi vida, hasta el punto de que alguna vez ya me ha hablado algún diablillo diciéndome: ¿Para qué le dedicas tanto tiempo a esto que no te va a traer nunca nada? Lo cierto es que, aunque quizás no tanto como hubiera querido,  sí que lo empleé en las Naciones Unidas. Sin embargo, mis diablillos se acallaron cuando, como he dicho, empecé a dedicarme a la exégesis coránica.

Antes de seguir adelante, hay algo que quisiera dejar claro ya desde el principio: Ni el honrado Alcorán es misógino ni dice que la mujer deba obediencia al marido o a ningún varón ni tampoco somete a la mujer a leyes de virtud más estrictas que a los varones, ni permite que se murmure de ella por ningún concepto. Que esto no es algo que yo me invente por ese buenismo que tanto gusta atribuir hoy día a quienes tienen la osadía inaudita de hablar bien del islam lo puede comprobar cualquiera que lea el libro y siga la fundamentación que se hace de cada cosa que se dice.

Volviendo a mi trayectoria, podría decir que el honrado Alcorán me llegó en fases. Lo leí por primera vez cuando tenía veinte añitos en una traducción que no recuerdo de quien sería ni tampoco, en un plano doctrinal, cómo sería de ajustada. Lo que sí recuerdo es la impresión que me hizo, mejor dicho dos impresiones indelebles y principales. La primera fue el sentir y el decirme a mí misma, “Este que habla sí que es Dios”, este sí es Todopoderoso. La expresión de Dios en primera persona me llegó genuina y llena de majestad y poder efectivo. Mi otra impresión indeleble fue la que me dejó la narración coránica de nuestra señora Maryam. Lo mismo que la de Dios, esta fue la de hallarme ante algo verdadero, real, esta mujer al límite de sus fuerzas que pare a su hijo al pie de la palmera. No es una mujer de cuentecito de navidad ni ninguna experiencia edulcorada. Es la estampa de una mujer real a la que le pasan cosas reales y muy ingratas, por no decir horribles desde cierto punto de vista, l-.a de una madre soltera. Esta mujer a la que Dios sí envía aliento y consuelo.  También, pues, me dije: “Esta mujer sí es de verdad, esto si es real”

Mi vida como musulmana ha podido pasar por fases pero esas dos primeras y tajantes impresiones nunca han oscilado. La historia  de Maryam, como si fuera la palmera a cuyas pies parió y de la que le cayeron dátiles de alimento, siempre ha sido para mí algo que se sostiene por sí solo y que no miente y que me dice clara y taxativamente que Dios sí quiere a las mujeres, como tales, sí que las entiende y sí que las cuida.  

Luego hubo otras etapas, semejantes a las que muy a menudo echan para atrás a otras muchas mujeres que se acercan al islam y es que, una vez traspasadas y aceptadas las líneas fundamentales, a saber, la unidad divina, la relación directa del individuo con Dios sin sacerdocio intermediario, la falta de dogmas, la inocencia al nacer de todo ser humano, la certeza de la piedad y la verdad divinas… Una vez asumido todo esto, sobre todo si se es mujer, parece que viniera el tío Paco con la rebaja y nos encontramos  con que se las acoge mal o, sencillamente, no se las acoge en las mezquitas, como si fuesen el sexo intruso o el sexo invitado, es decir no el titular de la mezquita sino al que se le deja entrar porque ellos son así de buenos; nos encontramos con esas aleyas del honrado Alcorán a las que se trata de quitar hierro y hacer presentables pero que damos por descontado que sí que ponen a la mujer a los pies de los caballos, es decir, a la merced de los varones, como aquella del “grado por encima” o la de “pegadlas” o la de que el que el testimonio de una mujer vale la mitad  del de un varón, etc. etc.

Por estas vicisitudes he pasado yo y han pasado muchísimas mujeres. Tal vez no pasen aquellas que dan por buenas todas esas cosillas porque sienten que, de todas formas, el conjunto que se les ofrece las compensa. Yo me temo que no soy tan conformista y nunca lo he sido y, como yo, muchísimas mujeres y, ojo, también muchísimos varones.

Bien, como es patente, desde aquellos veinte añitos míos el mundo ha dado muchas vueltas. Algunas al derecho y algunas revés. En cuanto a las vueltas al revés, ha sido muchísimo el terreno ganado por el islam político en perjuicio de un islam tradicional que era más piadoso y de sentimiento personal y no tan militante o gustoso de exhibirse. El islamismo, como politización de la religión, ha ganado terreno pero dudo que la fe íntima y sincera, la espiritualidad genuina y la aspiración individual a la santidad se hayan visto favorecidas. Hoy hay ciertos ámbitos en los que se diría que si no exhibes el islam a troche y moche no puedes llamarte creyente. Eso, en mi estimación, no deja de ser una actitud mundana que no ayuda a cultivar los sentimientos de piedad genuinos. Volviendo a mis veintitantos, recuerdo a los musulmanes con los que me encontraba con más sentido de la emulación y de renovarse espiritual y socialmente, sintiendo la religión como algo personal y no como algo que se lleva a guisa de uniforme y que deba estar siempre a la vista.

Pero pasemos a las vueltas que entiendo que se han dado al derecho. En el campo de la exégesis coránica y de las fuentes ha surgido la inquietud generalizada entre mujeres y varones por averiguar, por explicar si, efectivamente, el honrado Alcorán es misógino, si, efectivamente, el honrado Alcorán es intolerante con otras religiones o cultos, si restringe la libertad de conciencia. Son muchos los esfuerzos que se han hecho por salir de las camisas de fuerza en que, aunque no haya sido por voluntad deliberada de una mayoría de musulmanes, se ha conseguido ir metiendo a la exégesis “tradicional” hasta el estado actual en que prácticamente lo que nos llega es una interpretación coránica bastante uniforme que se atribuye al consenso general  de los sabios, a estos con o sin consenso o ambas cosas a la vez y que, según los sectores, puede no dejar un lugar legítimo a la diferencia de pensamiento.  

A este respecto me gustaría aclarar algo, que para muchos será innecesario, pero que a mí el decirlo me deja más tranquila. Yo no soy historiadora y probablemente no tenga vida por delante para investigar la historia de quince siglos, desmenuzando a ver si esto o aquello en tal o cual año o década o siglo y en tales lugares fue así o asao, con el fin de decidir si de verdad ha habido o no consenso entre todos los sabios o menos sabios durante esos siglos. Concluyo, sin embargo, de mis propias lecturas, que el universo islámico siempre ha sido muy rico, muy diverso, con diferentes tendencias, opiniones y criterios; vivo, en suma.  También que esas diferencias en general, salvo en las raras ocasiones en que a algún poderoso le dio por reprimir, nunca han inquietado a los musulmanes porque se consideraba que la diferencia era una merced divina. Es decir, el que hoy haya musulmanes que coincidan en dejar un margen muy estrecho a la divergencia, llevándose las manos a la cabeza al menor desvío de opinión o criterio en el entendimiento del honrado Alcorán, no es porque siempre haya sido así sino porque hoy, precisamente hoy, se pretende hacernos creer que solo eso es lo que hay y solo lo que ha habido siempre, aunque eso no sea cierto.

A  los efectos de quienes estamos aquí y ahora, sí se ve y oye un monolitismo religioso entre musulmanes que pretende estar en posesión de la verdad y listo para calificar de no creyente a quien lo estime conveniente. Este islam de apisonadora no es el islam tradicional, aunque a veces se tenga tendencia a considerarlo así, y no es menos cierto que muchas veces sí que arrolla y barre con todo lo que encuentra a su paso, muy preferiblemente, y casi me atrevería a decir  exclusivamente, a otros musulmanes. El islam amplio y diverso de la tradición se ve a la defensiva, atacado tanto por la islamofobia como por los monopolistas de la religión.

Aclarado este punto sigo, pues, con lo que estábamos, la renovación de la exégesis que surge tanto en los lugares donde ha estado asentado el islam durante siglos como entre los musulmanes conversos. Ambos entienden que las cosas no hay que echarlas debajo de la alfombra sino que se llega a un momento en el que hay que ventilarlas y volver a estudiarlas tantas veces como la raza humana sienta que cierto entendimiento de las cosas nos aleja de la verdad y la justicia en vez de acercarnos a ellas. Así es como en las últimas décadas se han hecho muchas exégesis por parte de pensadores de ambos sexos con el fin de encontrar explicación a las APARENTES contradicciones entre el texto coránico y los sentimientos de verdad, de justicia o, simplemente, de la mera lógica.

Hablando de la mera lógica, voy a ponerles un ejemplo que espero no resulte confuso: se trata de la aleya 228 de la azora II, La vaca.  

En esta aleya se habla de algunos aspectos del divorcio y se sienta el principio general que dice, hablando de las divorciadas, que les corresponden, con toda equidad, los mismos derechos o privilegios que se exigen de ellas. Y lo que viene a continuación se suele traducir por “pero los varones están un grado por encima de ellas”, yo lo traduciría por “y los varones tienen una necesidad con respecto a ellas”. Bien, vale que en toda la aleya hasta ese punto no se haya hablado de varones sino de maridos, vale que no hay la conjunción “pero” sino la conjunción “y”, vale también que la preposición que se suele traducir por “encima”, o “sobre” tiene en árabe muchos otros significados. En verdad, toda esta aleya merece un estudio exclusivo por las características sintomáticas que encierra de interpretar siempre, salga el sol, esté nublado, nieve o granice, barriendo para adentro hacia el predio masculino.  Aquí me limitaré a señalar una sola cosa y es cómo una oración simple con la que se formula un principio de manera categórica sentando el derecho femenino, contra toda lógica,  se pulveriza y se hace desaparecer como si no se hubiese dicho nada simplemente porque después viene otra que dice algo que, debidamente apañado, es mucho más conveniente para quien tiene interés en que el varón lo tenga todo y la mujer solo lo que él le deje tener y como si fuera un rasgo indisociable del honrado Alcorán el decir incoherencias y contradecirse a sí mismo y por tanto no hubiera nada que indagar ni objetar.

 Además de por un lado este artilugio de deshacer con la izquierda lo que se hace con la derecha, hay otra manera de neutralizar el honrado Alcorán, concretamente en lo que respecta a las mujeres: Se diría que se aplica un hechizo a todo él por el que, si se menciona a una mujer o a varias mujeres o a las mujeres en general, nunca podrá ser para hablar de ellas como tales seres con existencia propia, sino que siempre, igualmente, truene, nieve o granice, ha de ser con respecto a algún varón o a varios varones o a los varones en general que son quienes realmente cuentan como personas por sí solas, mientras que, si las mujeres cuentan alguna vez, ha de ser por fuerza siempre referidas a los varones de los que son periféricas o accesorios.

Como he indicado, pues, llevamos unas décadas de feminismo islámico, es decir, de un movimiento por la recuperación de los textos religiosos genuinos vistos con ojos limpios de prejuicios antifemeninos, cosa que no es nada fácil ni mucho menos automática. La idea del hombre como idéntico con el varón y no idéntico con la mujer o con ambos está tan asentada en nuestro subconsciente y hasta en el consciente que no es fácil deshacerse de ella. El ser humano prototipo es el varón, la mujer un accidente. No se nos ocurre que la mujer sea el hombre, la especie humana, sin embargo, si hubiera que optar por un sexo para adjudicarle esa gloria, sería mucho más lógico tomar a la mujer que al varón. Naturalmente nadie está pensando en dar la vuelta a la tortilla sino que de lo que se trata es de que por los dos lados esté en su punto. Un experimento donde se puede ver cómo no somos imparciales y seguimos teniendo al varón por todo lo valioso y capaz y a las mujeres como advenedizas son los foros de internet. Cuando se usan nics claramente femeninos, la consideración en que se tiene lo que se dice con ese nic es muchísimo menor que cuando exactamente lo mismo lo dice un nic masculino. Por las mismas cosas, con un nic femenino te pueden hasta insultar, y con uno masculino recibir parabienes. Esta prueba es muy fácil de hacer.

La exégesis coránica está sujeta a los mismos condicionantes. Todos debemos luchar contra nuestros prejuicios, conscientes o inconscientes. Y es así como se ha hecho. Poco a poco, empezando por cosas que ahora pueden parecer nimias, se ha ido desempolvando rincones del honrado Alcorán que no habían visto una gamuza en muchísimo tiempo. El avance es rápido pero gradual y en él participamos muchas personas muy notablemente favorecidas por el medio de intercambio que supone internet. Aquí no me duelen prendas y, por ejemplo, puedo hablar de un medio español, el foro de Webislam, que ha sido un instrumento de primer orden en ese intercambio de estudios e ideas.

Otro tema que hay que abordar es la literalidad. He oído y leído muchas veces, hasta el punto de que casi parece una convención, que hay que abandonar la lectura literalista del honrado Alcorán porque, según este criterio, pareciera que es esa lectura literalista la que nos impide dar a las mujeres sus derechos, amén de llevarnos a otros dilemas que nos pasan factura a los musulmanes. Parece pensarse, según eso, que si tuviéramos más fantasías, podríamos tal vez hacerle decir otra cosa al honrado Alcorán. No estoy de acuerdo en absoluto con esa estimación. Por lo que yo he comprobado una y otra vez personalmente, lo que sucede es lo contrario, que esas interpretaciones misóginas de donde parten, precisamente, es de la falta de literalidad, de la fantasía, de la presunción de lo que el honrado Alcorán ha debido de querer decir y NO de lo que de hecho y literalmente dice. Un ejemplo en extremo sencillo:

Tomemos la aleya 4.1:

Dice: “4.1. ¡OH GENTES! Honrad a vuestro Sustentador, que os creó de una sola entidad viva y de ella creó a su pareja e hizo surgir de ambas a multitud de varones y de mujeres, y honrad a Dios, sobre Quien os preguntáis y honrad las matrices. Ciertamente, Dios nunca deja de observaros.

Vemos aquí en la mayoría de las traducciones que olímpicamente se desdeñan las matrices y se traduce esta palabra clara e inequívoca por lazos de parentesco. Evidentemente las matrices guardan relación con los lazos de parentesco pero desde luego palabras hay en el honrado Alcorán que indican esos lazos y la palabra matriz se emplea para significar matriz en otros casos y no se traduce por lazos de parentesco. ¿A qué jugamos? A la literalidad no, desde luego.

En el libro que amablemente se me ha invitado a presentar, entre otras cosas, se desmenuzan algunas aleyas del honrado Alcorán de esas que podríamos denominar “problemáticas”, de forma que se vea su luz y claridad. No obstante, aparte de aleyas de por sí, hay otras cuestiones de fondo y sistema en el honrado Alcorán.

Como dijo el gran pensador indio Ashghar Ali Engineer, que tanto hizo por la renovación del Islam, en el honrado Alcorán se considera a los varones desde el punto de vista de los deberes y a las mujeres desde el punto de vista de los derechos y, en general, en aquello en que puede diferir la experiencia vital de varones y mujeres, el honrado Alcorán considera a la mujer como el elemento básico y al varón en función de la mujer y nunca a la inversa.

También, cuando se quiere realmente diagnosticar lo que dice un texto o lo que se dice en general, no solo es interesante fijarse en lo que se dice sino,  casi tanto, lo es fijarse en lo que no se dice y tener mucho cuidado con nosotros mismos porque muchísimas veces ocurre que aquello que no dice ni implica, nosotros con nuestros propios prejuicios lo damos por descontado. ¿Qué cosas no dice el honrado Alcorán? Una cosa que el honrado Alcorán no dice es mal de las mujeres. Y esto es muy importante y muy significativo y lo distingue de aquellos textos o seudotextos, que sí lo hacen, muchos de ellos desde una autoridad religiosa. A este respecto voy a leerles un pasaje del libro en el que gloso este aspecto:

Leo:

“… en el honrado Alcorán, Dios no parece tener ningún interés en hablar mal de las mujeres, a diferencia de cierta clase de varones y de otras mujeres que se ceban a placer siempre poniendo en solfa el comportamiento femenino, como si eso fuera a explicar todos los males del universo, Dios no solo no habla mal de las mujeres sino que, muy por el contrario, maldice en esta vida y en la otra y anuncia castigos horrendos a quienes las arrastran por el fango y les causan daño. La voz de Dios, para con las mujeres y los profetas, es siempre amorosa, entrañable, llena de delicadeza. Pensemos una vez más en la azora de Yusuf. La mujer del jefe de Yusuf queda expuesta como quien intentó seducir a Yusuf a espaldas de su marido pero ni en su caso ni en el de todas las mujeres del lugar a las que subyugaron los encantos de Yusuf se dice media palabra de condena ni se echan pestes ni se comenta, es casi como si se las disculpase o, al menos, como si se las comprendiese. Dios tiene mucho más interés en destacar la hombría y fidelidad de Yusuf que en dejar mal parada a ninguna mujer. Delicadeza. Siempre delicadeza con las mujeres en el honrado Alcorán. Solo de la mujer de Abu Lahab en la azora de La cuerda trenzada se habla con condena después de hacerlo aún con más condena del marido.“

         Otra cosa que se le achaca al honrado Alcorán y que tiene su parte de verdad, aunque el motivo no es misógino sino todo lo contrario, es que en ocasiones se dirige a los varones diciéndoles lo que tienen que hacer con respecto a las mujeres y se ve eso desde la óptica de que ellos son los importantes y por eso se les habla. Pues no, no es eso. Ya he mencionado al pensador indio Ali Ashghar Engineer y como captó que el honrado Alcorán se dirige a los varones para hablarles de sus deberes. Y es así. No se va a dirigir a las mujeres para que estas peleen por que los varones hagan lo que les deben. No, Dios se dirige a ellos directamente y se lo ordena. Naturalmente nada impide a las mujeres pelear por sus derechos pero, si Dios, que es el que lo manda y puede mandar revela todo un libro y no les dice claramente esas cositas a ellos, pues podríamos pensar que ¡vaya, menuda ocasión para callarse! Dios, en efecto no se calla y habla claro a los varones, por más que no a todos les guste. Y luego, naturalmente, está la inmensa mayoría de mandamientos y recomendaciones que valen igual para varones que para mujeres. No murmuréis, no seáis agresores, sed leales, compasivos, serviciales, respetuosos de la intimidad propia y ajena, etc. etc. etc.

Con la insistencia, justificada, que hoy día se tiene en las cuestiones de género y la condición de cada sexo, es posible que, en el fondo, muchos nos sintamos ya fatigados de todo ello. ¡Con lo llano, facilito y sencillo que sería que no hubiera sexos, que fuéramos hermafroditas o asexuados! Todo esto de la sexualidad, con su carga fisiológica, emocional y pasional, nos trastorna, nos hace devanarnos los sesos, nos vuelve locos. ¿Por qué tenemos que existir en dos sexos? Son cosas que quizás parezcan tontería pero que, si hablamos de Dios, uno puede bien preguntarse.

Es de suponer que Dios hubiera podido hacer lo que le hubiera dado la divina gana y hubiera podido hacernos asexuados. O tal vez lo ha hecho, en algún universo que no conocemos. Lo que es seguro es que con nosotros no lo ha hecho y que aquí estamos. Pero entonces, la pregunta sigue en pie: ¿Por qué ha querido Dios complicarnos la vida? O, por formularlo más modosamente ¿Qué importancia tiene para nosotros el que existamos en dos sexos? ¿Qué ventajas o qué provecho puede querer Dios que saquemos de algo que nos complica tanto la existencia?

Pues veamos para ello cómo el propio honrado Alcorán nos explica nuestra existencia y nuestro destino. Como cosas o seres creados por Él, Dios nos hizo con el destino de volver nuevamente a Él. Esto es algo que se repite en el honrado Alcorán. Dios es el destino. Todo volverá a Él, de donde salió. Y nosotros, seres pensantes, conscientes de nosotros mismos, volveremos a Él precisamente como cosas que se han vuelto conscientes de sí mismas, es decir de Él. A Él nos lleva el destino. Y eso ¿qué quiere decir? Porque de hecho, si no entendemos mal, siempre y en todo momento estamos en su presencia y en su omnímodo poder. Dios existe por sí mismo y existirá siempre, sólo Él. Nosotros somos gotas de lluvia de la divina esencia, creación de su piedad infinita y omnipotente que volveremos a evaporarnos regresando a la nube divina. Perderemos nuestra existencia separada mediante la aproximación cada vez más cercana a Él y la fusión.

En la especie que somos vemos, pues, que la diferencia entre un sexo y otro es de las más grandes que caben en la naturaleza y esas diferencias entre los sexos marcan indeleblemente el destino de cada individuo.

También, en el honrado Alcorán Dios nos dice que la Creación es conforme a la Verdad. Es decir, la Creación tiene sentido, nosotros tenemos sentido, todo tiene sentido, no es baladí no es inútil, no es vacío, es todo lo contrario porque de lo que estamos hechos es de la divina rahma, la divina piedad.

Bismeilahirahmannirahim…

Con el nombre de Dios, El Todopiadoso, el Piadoso de Piedad. Con estos nombres se inicia el honrado Alcorán y con estos nombres se nos presenta y nos habla Dios, nombres de Piedad.

Con esos dos nombres divinos, el ar-rahman, ar-rahim, El Todopiadoso, el Piadoso de Piedad, nos sigue enseñando como debemos dirigirnos a El:

La alabanza es a Él, cualquier alabanza que se formule siempre en todo lo que existe es Suya, el destinatario es Él, El todo piadoso el piadoso de Piedad, ¿Por qué? Porque es de su piedad divina de lo que estamos hechos, no de su ira, no de su fuerza, no de su poder sino de Su Piedad. Nos está diciendo que nuestra esencia, aunque el ser humano deba cultivar todas las virtudes y dones divinos, en cuanto a su camino y naturaleza lo que nos marca como los seres que somos y  la forma en que hemos de volver a Él, es la Piedad. Esa es nuestra marca. No sé cuál sería la marca de los dinosaurios, ¿sería la astucia, sería la fuerza? Ellos ya volvieron, nosotros estamos en ello y nuestra marca es la Piedad, nuestra fuerza es la piedad divina encarnada en nosotros, dada en encomienda por Él, el Todopiadoso y Piadoso de Piedad, a nosotros, los seres humanos.

Todo en este universo está atado, pero de lo más atado que existe somos nosotros. Y ¿quién está más atado que una mujer? Nadie. Y, de nosotros, la mujer es el asiento humano de la rahma divina. Si Dios nos crea de Su Piedad, las madres crean gradualmente a sus criaturas de sí mismas, de su Piedad, de su sustancia. La palabra matriz en árabe, es rahim, plural arham, si esos que nos decía la aleya que leí antes que hay que honrar, de la misma familia y raíz, que la palabra rahma, piedad, y los nombres de Dios, rahman y rahim, Todopiadoso y piadoso de piedad. Las matrices pertenecen a esa familia, por eso somos hijos de la rahma. Honrar las matrices es reconocer la naturaleza humana fundada en la Piedad divina, es nuestra identidad como criaturas hacia la eternidad de la dicha perenne. Y por eso el honrado Alcorán manda honrar las matrices, formula las obligaciones y derechos en función de la mujer e impone al varón deberes de servicio y sostén a las mujeres. No a su esposa o a su madre. El mandamiento es general, los varones se deben ser sostén, apoyo y sustentadores de las mujeres sin contrapartida por parte de estas. La contrapartida de la mujer es para con Dios. Ella, guarda lo oculto guardado por Dios, el fruto de la rahma divina, los nuevos seres marcados por la rahma divina, y ella habrá de dar cuenta de su encomienda como mujer directamente a Dios. Igual que Dios dio a Maryam una encomienda que ella cumplió y Maryam jamás dio explicación a ningún mortal ni del cómo ni del cuándo ni del por qué. Así la mujer tiene la relación directa con Dios y su soberanía viene directamente de Él a ella.

Todo esto último está en la aleya 4.34, de la que en el libro se hace un estudio exhaustivo. Ni que decir tiene que está aleya es quizás la más traicionado, falseada y minada del honrado Alcorán. Me atrevería a decir, por ponerlo en términos de apariencia técnica, que es la aleya contra la que más atentados se cometen por centímetro cuadrado impreso. Eso que se dice en italiano de traduttore traditore, traductor, traidor, se cumple en este caso a carta cabal.

Pero, respecto a esta aleya, me atrevería a decir también que es la que más capacidad de redención tiene por centímetro cuadrado.

¿Y los varones qué? ¿No valen para nada? Sí, sí que valen. De hecho, para ellos he dejado los mejor de esta presentación que es el final. Les voy a decir lo que valen los varones exactamente: Los varones valen tanto, tanto, como ellos se propongan valer. Yo, y supongo que como yo hay muchos, tuve la fortuna de tener un padre de esos que yo diría que son un honrado Alcorán andante. Me dejó huérfana siendo muy niña pero puedo decir que, si soy una persona luminosa algunas veces, es por la luz que él me dio. Pero hay una cosa. Las mujeres, por la carga fisiológica que nos impone la reproducción, de alguna manera estamos más atadas a las consecuencias de nuestros actos. El varón sin conciencia puede llegar a sentir que es dueño de hacer lo que le venga en gana y que por eso el mundo nunca se le va a caer encima. Hoy día la moral y los avances han hecho que la mujer no esté en la misma situación que hace cien años en el mundo llamémoslo “civilizado” pero sí sigue en este sentido estando siempre más atada que el varón, y no digamos ya si llega el embarazo y el nacimiento de hijos. Aunque, una vez nacidos pudiera abandonarlos, no es tan fácil ni desde el punto de vista emocional ni social. ¡Qué va! Entonces, de alguna manera y hasta cierto punto, se podría decir que la mujer nace y el varón se hace. Lo que la naturaleza no le impone, él debe imponerse a sí mismo para cumplir su función social. En fin, un buen varón, para el sentir femenino, es el colmo de la hermosura. ¡Ahí están las mujeres a las que se les nublaban los sentidos ante el profeta Yusuf. Y con eso está dicho todo.  

En relación precisamente con los varones, voy a hablar de los profetas. Sabemos que hay muchos varones musulmanes que se toman casi como una distinción el que solo los varones sean profetas (según creen ellos). Si solo los varones son profetas, eso los hace como si fueran accionistas en un negocio común. Lo cierto es que sí, que la gran mayoría de los profetas que aparecen en el honrado Alcorán son varones. Yo, en mi modestia, me atrevo a creer que Dios no hizo eso para halagar la vanidad de nadie ¿Entonces por qué? Veamos: ¿cuál es la misión de un profeta ante la Humanidad? Según entendemos y nos dice también el honrado Alcorán, Dios envía profetas y mensajeros para transmitir sus palabras y advertencias y DAR EJEMPLO. La respuesta entonces viene sola y por varios motivos ¿Quién necesita más ejemplo, los varones que lo tienen facilísimo para escaquearse de sus deberes de progenitores y de cualquier otro deber porque para eso no tienen ninguna carga fisiológica y en cambio tienen fuerza física para imponerse o las mujeres, atadas, como ya dijimos, atadísimas, y en inferioridad de condiciones de fuerza de pegada? Creo que la cosa se responde sola. ¿Quién necesita más ejemplo en una sociedad que prima al varón y desdeña a la mujer? Parece claro que son los varones los que necesitan ese ejemplo y TODOS LOS PROFETAS VARONES de los que se narra en el honrado Alcorán dan ejemplo de mansedumbre, de abnegación, de servicio a sus mujeres y a su comunidad, de respeto a las mujeres y a los indefensos. Pensemos en Yusuf, de quien ya hemos hablado, pensemos en Mahoma, Dbs., quien de puro no exigir absolutamente nada a sus mujeres, Dios intervino para ayudarle a sacar adelante sus relaciones en lo que pudiera perjudicar a su misión. El Profeta no parecía que fuera a decir ni mu ni a quejarse. El profeta Lut, quien ni siquiera a riesgo de que su mujer sufriese el castigo divino, se permitió darle ninguna orden, como dicen algunos que, siendo el marido, hubiera tenido derecho a hacerlo. Cuidado que salen profetas en el honrado Alcorán. Salen muchos, sí, y varones, pero ninguno da órdenes a ninguna mujer incluidas las suyas. Saquen ustedes las conclusiones. Los profetas en el honrado Alcorán son un ejemplo acabado de respeto a las mujeres y a su soberanía total. Está visto que para algunos es más fácil vanagloriarse de que todos los profetas sean varones que de seguir el ejemplo de esos mismos profetas.

Otro motivo de por qué los varones en el honrado Alcorán son la mayoría de los profetas es también bastante fácil de comprender. Si a Maryam, para que no la atropellasen, Dios le indica que guarde silencio y dé a entender que ha hecho voto de silencio, nos podemos imaginar si salen mujeres por ahí a decirles a los varones que no son el acabose y que en realidad tienen un papel en función de las mujeres.

Ya he hablado antes de que el comportamiento de Dios con las mujeres es, como con los profetas, de delicadeza, sí, ya que son el asiento de su rahma. Dios también dice de los profetas que son una rahma divina, un acto de piedad divina. Es algo afirmado también por la gente del camino espiritual que el grado espiritual más elevado es el servicio. Servir es la máxima categoría espiritual. Todos los varones no serán profetas pero tienen a su alcance la más elevada satisfacción espiritual precisamente por el servicio. Eso amén del amor de sus allegados. Eso no es algo que haya que leer en ningún libro. Eso muchas mujeres lo podemos certificar porque hemos podido comprobarlo directamente. Los varones buenos y serviciales son como flores plantadas en el corazón, que siempre florecerán para alegría nuestra y cuyo perfume jamás deja de enamorar. Esos dos sexos que ha creado Dios son para nuestra especie un favor, una honra y una dignidad, la Piedad divina que se vuelve maestra y nos enseña a conciencia nuestro camino y nuestra necesidad de agradecer infinitamente la honra de ser hombres, la honra de ser mujer y la honra de ser varón, cuando se aceptan, como la bendición que son, tan elevadas encomiendas.

 

 

 

 

 

 

 


 




Varones de fuego, mujeres de barro


«7.11. Y, ciertamente, os [plural] creamos y luego os [plural]

dimos forma; y luego dijimos a los ángeles: “¡Postraos ante adam!”

–y se postraron excepto Ibliis, que no fue de los que se postraron. .»

«7.12. Y dijo Dios: “¿Qué te impidió postrarte cuando te lo ordené?”

Respondió: “Yo soy mejor que él: a mí me creaste de fuego

mientras que a él lo creaste de barro»

«38.75. Dijo Dios: “¡Oh Ibliis! ¿Qué te ha impedido postrarte

ante lo que he creado con Mis manos? ¿Te tomas por más o por encima

de otros?” »

«38.76. Respondió: “Soy mejor que él: A mí me creaste de fuego

y a él lo creaste de barro.” »          (Honrado Alcorán)

En mis últimos años, dedicados a la exégesis coránica, me he encontrado, por una parte,  con algo que me ha sorprendido gratamente y, por otra, con algo que no me ha agradado tanto.

Lo que he descubierto con agrado –aunque para otros no será un descubrimiento- es que el feminismo que se desprende del honrado Alcorán no es el feminismo al uso por el que se revisa la interpretación del texto revelado para adaptarla a las circunstancias del mundo actual y colocar a las mujeres al mismo nivel que los varones. Al contrario, el feminismo que se desprende del honrado Alcorán es radical, radicalmente feminista y radicalmente islámico y sin el prurito de tener que gustar a unos o a otros.

En cuanto a lo que digo que ya no me ha agrada tanto es que aquello que hasta no hace mucho se consideraba el sumun, que era alcanzar la igualdad con los varones, ya no parece satisfacer a algunas de nosotras que nos consideramos feministas, aunque eso en su día fuera un paso necesario. Es una situación que, aunque sigue considerándose deseable, ya no nos conviene, dado que su punto de partida está fijado a la conveniencia del varón y para satisfacer sus exigencias, ya sean estas legítimas o no y, preciso es reconocerlo, los varones no son la Humanidad. Nosotras, las mujeres, somos la Humanidad.

¿Me he pasado de la raya al decir esto? En un sentido, desde luego, pero en otro no, para nada. Creo que para muchos de nosotros, la cosa está clara. Las mujeres son como los varones, sí, pero, como dice muy bien el honrado Alcorán en la aleya 3.36: “El varón no es como la mujer”.  Todo lo que en la vida le puede ocurrir a un varón, le puede también pasar a una mujer, pero hay cosas que les pueden ocurrir a las mujeres y que les pasan todo el tiempo y que no le pueden ocurrir ni siquiera una sola vez en toda su vida a un solo varón. Ellos no concebirán, no se embarazarán, no parirán y no amamantarán nunca. Si eso que les ocurre a las mujeres pero no a los varones fuera algo baladí o accesorio, como dejarse barba larga o corta o no dejársela o, estadísticamente, ser más altos o más bajos o más o menos fuertes,   podríamos no darle importancia pero es que aquello en lo que el varón no es como la mujer es precisamente la capacidad para perpetuar la especie, que es la primera necesidad de cualquier especie y que en los mamíferos exige de las hembras una inversión desmedida. Esta capacidad y la posibilidad de ser madre condicionan enteramente la vida de las mujeres, sin equivalente ninguno en lo que puedan experimentar los varones.

Por otra parte, el ideal sería que todos, mujeres y varones, nos encontráramos en igualdad de condiciones. Nadie, creo, está en desacuerdo con eso. La cuestión es cuáles habrían de ser esas condiciones para que fueran iguales para todos, aunque el dilema se resuelve solo porque, como ya hemos dicho, las exigencias femeninas encierran todas las exigencias masculinas porque ¿qué necesidades podrían tener los varones que no tuvieran también las mujeres? Todos queremos libertad, todos queremos seguridad, dignidad, derecho a la vida privada… No hay nada en la vida normal de un varón que no figure también en la vida normal de una mujer.

La inversa, sin embargo, no se da. Las necesidades de los varones no incluyen nada relativo a la capacidad de concebir, la capacidad para los embarazos, la capacidad de menstruar, la capacidad de parir o la posibilidad de no conseguir cualquiera de esas cosas. De hecho, esas necesidades de las mujeres, no es meramente que se hayan descuidado bajo las normas masculinas que llevan milenios rigiendo a la humanidad sino que se han utilizado con saña en perjuicio de las propias mujeres, muchísimas veces despojándolas gravemente de su capacidad reproductiva sometiendo esta a la voluntad y capricho de los varones, haciendo de ellas un apero para la reproducción que se maneja a voluntad para que dé hijos o para que no los dé y en las condiciones fijadas por el poder patriarcal, dividiendo para ello a  las mujeres en “las buenas”, que se reproducen con la aprobación masculina, y “las malas”, que no se emplean para la reproducción sino exclusivamente para el disfrute de los varones y que, si se reproducen, se las castiga y se castiga cruelmente a su prole o se la mata.

El Código Napoleón y sus derivados vinieron a compendiar el dominio masculino.  En   ellos  se reunían y sistematizaban todas las leyes hasta entonces dispersas en distintos códigos y costumbres a lo largo de siglos. Bajo esas leyes, vigentes en muchos países del primer mundo  hasta la segunda mitad del siglo pasado, a todos los efectos, las mujeres eran menores de edad y empleadas, sin sueldo ni vacaciones ni descanso semanal, de los maridos, los padres o los hermanos con horario de 24 horas. Lo hijos, por supuesto, eran responsabilidad y propiedad del padre y la madre mera prestadora de servicios reproductivos y domésticos también bajo la autoridad del padre. Por otra parte, mientras que el adulterio de la mujer constituía delito, no sucedía lo  mismo con el del varón. La mera idea de que se penara el adulterio masculino hubiera dado risa –y todavía la da-. La mujer no podía disponer de sus propios bienes, siendo el marido el único con derecho a hacerlo. Cualquier alcohólico, por ejemplo, podía disponer  de los bienes de su esposa y dejarla a ella y a sus hijos en la miseria, algo que sin duda consternaba a la buena gente que debía ser testigo de ello pero que no podían hacer nada por evitarlo, al tiempo que otras personas, no tan honradas, se veían alentadas por la propia ley a aprovecharse de mujeres y niños.´

(Véase la traducción de este texto al final del artículo)

 

Seguimos teniendo arraigada esa subordinación de nuestro sexo al bien común (es decir, al bien de los varones). Incluso cuando ya no siguen vigentes las leyes del Código Napoleón, muchos siguen creyendo, por ejemplo, que el Estado u otras instituciones y, claro está, los varones a través de ellas, tienen el derecho de entrometerse en el cuerpo de las mujeres con el pretexto de que el aborto es un crimen. Pero resulta que el que las mujeres den la vida no es ningún logro masculino, no es nada que ellos hayan conseguido con gran esfuerzo y diligencia, sino algo completamente ajeno a su actividad o intención. Dios quiso crear a los mamíferos y asignar la carga y el honor de dar la vida a las hembras. A pesar de eso, la arrogante mentalidad varócéntrica, a semejanza de Ibliis, el ser hecho de fuego de que nos habla el honrado Alcorán, pretende poner los cuerpos femeninos a disposición de la colectividad. Es decir las mujeres no tienen vida privada ni propia. Su función dadora de vida, lejos de atraerle honores, da el pretexto a sus opresores para que se la tenga, como a una bandida, bajo vigilancia, a entrometerse en su intimidad, a que se la despoje de su cuerpo. Lo mismo sucede cuando se la espía e inspecciona a ver si sigue virgen o se le imponen reglas constringentes  en sus salidas, su vestimenta o relaciones de cualquier tipo.

Puede ser que no se deba abortar o también puede ser que haya motivo para ello en según qué condiciones. Sea como sea, el cuerpo de las mujeres no es un cuerpo compartido con la sociedad ni con el Estado, no es propiedad pública sino muy privada. No se puede quebrantar la intimidad ni la privacidad femenina bajo ningún pretexto. Dios no da facultad o poder para eso a nadie, a nadie, salvo en el caso de aquellos derechos particulares que puedan derivarse de un contrato de matrimonio y que solo asistiría a la otra parte conforme a lo contratado y nunca a ninguna colectividad ni por voluntad ajena a los contratantes ni más allá de lo contratado. No puede nacionalizarse el cuerpo femenino como si fuera una riqueza nacional. Para llegar a semejante injuria, antes debería haberse nacionalizado el cuerpo de todos los varones.

Algo que vale la pena resaltar cuando hoy en día se lamenta tanto que seamos demasiados en el planeta y que por ese motivo se halle en un estado catastrófico  es que, si eso demuestra algo, es que las mujeres no han fallado en su misión de dar vida, antes al contrario la han cumplido más allá de cualquier expectativa. Es chocante, pues, que las mismas fuerzas que mantienen en todo el mundo a millones de mujeres como rameras a las que, claro está, no se solicita para procrear sino para todo lo contrario, se pretenda que se inspeccione a las mujeres para evitar que se deshagan de algo que de todas formas no le interesa un pimiento al orden patriarcal, a menos que le sea útil , puesto que vemos perfectamente que los varones no van de vez por las mancebías para averiguar si por ventura de alguna de sus actividades hubiera surgido una nueva criatura. En el aborto solo vale la pena pensar si sirve para perseguir a las mujeres, si no, por favor, que continúe y allá se apañen ellas como puedan mientras no se nos dé la lata con ello.   

Así pues, aunque muchas veces se trate como si lo fuera, el cuerpo de una mujer no es un activo del Estado ni un peligro público. Nada de eso. Es el medio de cumplir la encomienda que Dios les ha dado directamente y sin intermediarios ni tutelaje ninguno a las mujeres. Es una encomienda tan sagrada como privada de Dios a cada mujer. Debería ser fuente de honra para ella y no de esclavitud ni censura y, para todos los hombres, varones y mujeres, debiera ser un honor proceder de esa encomienda divina y no de lo que decida ningún varón  con veleidades de poder ni ningún aquelarre masculino o su seguimiento femenino.

Tampoco hay que olvidar que su constitución expone a las mujeres a otros peligros, como la violación, la trata, la prostitución, el abuso y la violencia doméstica o de género, que si bien pueden acechar también a los varones, en su caso son mucho menos frecuentes o se limitan a la infancia. Así pues, comprobamos que, a pesar de ser quienes proporcionan a la sociedad y a la especie su  principal activo, que son las nuevas generaciones, lejos de granjearse  con ello las mujeres respeto y consideración, lo que les ha atraído casi siempre ha sido opresión, persecución, represalias, penalidades, crueldad y abuso. Cabe decir que el presente orden patriarcal desequilibra a la sociedad humana y oprime y frustra a todo el mundo.

Se suele objetar a los feministas que también los varones lo pasan mal, que también ellos se preocupan por sus familias y son víctimas de la sociedad tanto como las mujeres. Eso es cierto en algunos sentidos, pero hay feministas y pensadores de distintas tendencias que afirman que ello obedece precisamente a la estructura y mentalidad patriarcal que, en última instancia, reconoce la fuerza como el primer principio de autoridad. No hace falta indagar mucho para comprobar que es así. Por otra parte, la fuerza siempre es favorable a los varones, dado que a las  mujeres, por la carga que soportan y su constitución, les resultaría difícil mantener una autoridad sobre esa base. Es de lamentar que hoy día a quien renuncia a la fuerza no se lo ve como buena persona sino como a un tonto. La autoridad hoy día sigue la mentalidad de Ibliis. ¿Acaso no protestó Ibliis por tener que postrarse él, que estaba hecho de fuego, ante una enclenque criatura hecha de barro? En términos coránicos podríamos decir, a tenor del paradigma de la fuerza, que los varones que hacen como Ibliis se pretenden hechos de fuego y las mujeres de barro. ¿Es que va a someterse el fuego al barro? Los varones de bien que se dan cuenta de que no se los ha creado para ser de fuego sino de barro y no se esperan subordinación de las mujeres sino que, por el contrario, quieren servirles de apoyo, están tan necesitados de reconocimiento como las propias mujeres. Los que siguen atrapados en el espejismo del varón hecho de fuego lo único que pueden alcanzar en cualquier sociedad humana es frustración, la propia y la de la sociedad. Aunque consigan la adoración que pretenden, nunca les satisfará, porque, aun gozándola, saben en su fuero interno que es sólo una apariencia extorsionada al destino.

Volviendo a la panorámica del primer mundo, vemos que ya se han abrogado o modificado radicalmente las leyes derivadas del código Napoleón. Ahora “la mujer es igual al varón” y tenemos derecho a ser lo que pretendamos ser (no entraré en el esfuerzo que hayan de hacer para lograrlo). Sin embargo, sigue ocurriendo que aunque la mujer es igual que el varón, el varón no es igual que la mujer y que seguimos asentados en el patrón varonil, seguimos obligadas a ser varones funcionales al tiempo que seguimos soportando toda la carga de la reproducción pero sin que se nos reconozca esa carga, porque eso es algo excepcional y no de toda la población, ya que al grueso de la especie, ellos, no les ocurre y como si el reproducirse fuera un caprichito privado de las mujeres.

Aun así, es innegable que en la lucha por la igualdad se han alcanzo logros importantes para la mujeres, aunque, desde luego, la situación actual crea menos conflictos a unas mujeres que otras. En general las mujeres de los países ricos están mejor que las de los países pobres. El dinero no lo arregla todo pero sí lo hace más llevadero. Posibilita, por ejemplo, el trabajo inmigrante en aquellos hogares en que la mujer trabaja y tendría, sin ese trabajo, que ocuparse de todo. También en los países que tienen buenas estructuras sociales, ricos normalmente, la vida para la mujer es más fácil que en los que carecen de ellas. En otro orden de cosas, las mujeres acomodadas de los países pobres, con abundancia de mano de obra barata, pueden vivir incluso mejor que las de los países ricos y disfrutar de su “igualdad” casi como los varones, si sus circunstancias domésticas se lo permiten.

Sin embargo, en algunas partes del primer mundo, las cosas están yendo a peor. Para la mayoría de las mujeres, el trabajar hoy día no es cuestión de elección sino de necesidad, dada la precariedad de los empleos y lo exiguo de la remuneración que hace que todo el que puede encontrar un empleo de hecho trabaje.

En resumen, sigue mandando la mentalidad de varón de fuego y hay demasiados habitantes en la tierra para que a nadie le preocupe la reproducción. Estamos muy lejos de ninguna crisis que amenace con la desaparición de la especie humana. Como en una sociedad en la que todos fuesen cojos y se exigiera a los nuevos que se cortaran una pierna para ser admitidos, hoy se obliga a las mujeres a elegir entre cortarse una pierna o atenerse a las consecuencias, ya que no hay necesidad ninguna de hacer concesiones a cambio de algo que ya se tiene sin necesidad de hacerlas. No hay ninguna necesidad de honrar a las mujeres o de mimarlas para que siga la especie. La poca reproducción que necesitamos la podemos tener sin transigir con nada. Nada, pues, nos obliga a cambiar. E, incluso, si la necesidad fuera grande, a las mujeres siempre se las puede forzar a reproducirse, al menos hasta cierto punto. Porque, eso sí, si se tira mucho de la cuerda esta podría romperse y la especie desaparecer junto con las mujeres. Hasta ahora, los seres humanos del tipo varón de fuego han conseguido pararse antes del abismo.

 

Lo dicho vale, por supuesto, a menos que se planteen las cosas desde el punto de vista moral, o sea, desde el punto de vista del ser humano “de barro”, como una exigencia de la realidad. Aunque, sin entrar en esas consideraciones, ahora que somos tantísimos millones también existen los medios y la posibilidad de eliminar igualmente a muchos millones en un abrir y cerrar de ojos por no decir en un par de añitos, por ejemplo, con una buena pandemia. Esto es de interés en el caso de aquellos que desdeñan las consideraciones morales por considerarlas carentes de objetividad.  Aunque,  moral aparte, los peligros que acechan a la humanidad podrían hacer del cambio la única alternativa.

Por otra parte ¿hay que hacer caso a quienes rechazan la moral? Para las personas con ética o creyentes siempre existe la obligación de obrar bien tanto en la índole (fitra) humana como en los  mandamientos divinos. Para los creyentes, el mandamiento de redimirnos de los delirios del varón de fuego y de recuperar nuestra naturaleza de barro, de seres sexuados, que no pueden esperar que se los adore, sino que son ellos los que deben adoración es fuente de conformidad y de las enseñanzas del honrado Alcorán se sigue para nosotros un gozo que podemos compartir con todos los seres humanos.

El honrado Alcorán encierra todos los elementos para crear una sociedad en la que las mujeres no tengan que ser cojas y los varones sean apreciados por sus obras generosas y buenas y no por su fuerza. Pero ¡qué pena que la luz del honrado Alcorán, esa luz que no ciega sino que surge de los corazones como una corriente de paz interior, esa luz ha quedado anegada en la riada de pensamientos ajenos a ella y hemos de volver al texto y sacar esa luz de debajo de todas las extrañas interpretaciones y traducciones que se le han superpuesto!

El honrado Alcorán es inequívoco. Aunque hay quienes lo pretenden, es falso que el honrado Alcorán asigne ningún rol a la mujer. En ninguna parte dice semejante cosa. Lo que sin embargo sí hace el honrado Alcorán es reconocer la función natural de las mujeres en tanto que mujeres y la falta de semejantes funciones en los varones en tanto que varones y, atendiendo a la carga que soportan las mujeres y no los varones en la reproducción, se asigna a estos el papel que equilibre la carga de las mujeres. Las mujeres asumen la carga de la reproducción y los varones les sirven a ellas de apoyo y auxilio en todo, incluida la aportación económica. El gran pensador indio fallecido no hace mucho, Ashghar Ali Engineer, escribió una serie de textos en los que acertadamente señalaba que en el honrado Alcorán se habla de las mujeres en términos de derechos y de los varones en términos de deberes. Aunque solo fuera por esa percepción, Engineer merece que se lo recuerde con deferencia porque ese solo hecho es un factor fundamental en el entendimiento del honrado Alcorán y para la paz interior de los creyentes.

Ahora bien ¿es cierta esa apreciación? Así lo creo. Como creo también que el honrado Alcorán no prohíbe a las mujeres absolutamente nada que les esté permitido a los varones ni otorga a estos autoridad ninguna sobre las mujeres. Lo que hace el honrado Alcorán es imponer a los varones la carga de ver que las mujeres estén perfectamente atendidas en todos los aspectos. Son muchas las formas en que esta encomienda se expresa en el honrado Alcorán pero, puesto que el presente es un texto breve, nos limitaremos a analizar con igual brevedad la aleya que fija la misión asignada a cada sexo en tanto que tal en la sociedad humana. Suelo hablar de esta aleya como la aleya de la balanza porque eso es lo que parece sugerir. Examinemos, pues, la aleya 4.34:

“4.34 Los varones (ellos) son responsables del cuidado (qawwamun) de las mujeres (ellas) en virtud de aquello con que Dios ha dotado mejor a los unos que a los otros (ba3Dahum 3ala baa3Din) y ello gastando de sus bienes y las virtuosas (ellas) son las verdaderamente devotas a Dios y guardadoras de lo oculto guardado por Dios. Y a aquellas de quienes temáis (vosotros, la comunidad de creyentes) que caigan en conducta inmoral (“nushuz”), exhortadlas, dejadlas en sus moradas (madayi’,) resolved con ellas su situación (iDribuhunna) y, si os hacen caso, (a vosotros, la comunidad de creyentes), dejadlas en paz. ¡Dios es en verdad excelso, grande!”

Un grupo de mujeres que mantenemos un vivo intercambio de pareceres llamamos a esta aleya la “superaleya” porque, de verdad, siendo la aleya maestra en la que Dios distribuye la carga de cada sexo, también se ha convertido en una ciudadela a modo de cebolla en la que se almacena todo un arsenal de armas y munición de forma que no consigamos ir más allá de la primera capa para llegar a esta divina gema, todo ello con el fin de mantener el territorio dominado por el varón de fuego fuera del alcance de las mujeres de barro. Cada paso de esta aleya está cargado y con doble bala. La labor de desmontaje de cada capa es ardua y hay muchos musulmanes, varones y mujeres que han puesto dedicación en hacerlo. Trataré de resumirlo. 

Con el papel de los varones como apoyo y auxiliares de las mujeres (qawwamun) casi siempre traducido hasta ahora como “los varones tienen autoridad sobre las mujeres”, parece que no estamos tan mal y actualmente se suele reflejar en las traducciones (véase también qawwamun en las aleyas 4.235 y 5.8). Sin embargo lo siguiente, la expresión de reciprocidad ba3Dahum 3ala ba3din, aunque tímidamente reflejada alguna vez, sigue haciéndosele caso omiso en muchas otras y traducirse como “algunos (o algunos varones) son mejores que otros” en la formulación que sea, o, descaradamente, “los varones son superiores a las mujeres”. De hecho, lo que dice la aleya es que Dios ha favorecido a los varones con respecto a las mujeres en algo y ha favorecido a las mujeres con respecto a los varones igualmente en algo y que, atendiendo a aquello en que se ha favorecido respectivamente a cada uno, los varones deben a las mujeres toda clase de apoyo y cuidados incluido explícitamente el apoyo económico.

Ahora bien ¿en qué ha favorecido Dios a las mujeres por encima de los varones y que sea específico de las mujeres en cuanto tales y que Dios considere importante y lo sea también para la especie, puesto que es de la especie de la que hablamos, dado que mujeres y varones constituyen la especie? Si nos hacemos los tontos podemos responder: las mujeres son más bajitas, más bonitas, los varones son más fortachones… En realidad, las mujeres también pueden ser fortachonas, más altas que muchos varones y además hay varones que tiran de espaldas de guapos que son… Estadísticamente puede haber más de una cosa en un sexo que en el otro pero la regla, que no necesita de ninguna estadística para distinguir un varón de una mujer, es que nunca, ni siquiera una sola vez, un varón va a concebir, quedarse preñado o parir. Esa es una capacidad y una facultad que poseen las mujeres y no los varones. Con ello, Dios ha favorecido claramente a las mujeres. Y ¿Cuál es la contrapartida del varón? Pues precisamente la inversa: la concepción puede no ser una carga pero todo lo que viene después lo es. Una carga muy pesada que determina el destino de toda mujer desde cualquier punto de vista, porque, aun cuando sea estéril, puede haber tenido expectativas y todos los que no son ella haber tenido expectativas a su respecto.

Y de qué manera tan concisa e inteligente expresa todo eso el honrado Alcorán. Una cara de la moneda es la carga femenina y la otra el verse libre de la carga de lo que se beneficia el varón. Pero puesto que lo que rige la creación divina es el equilibrio, la moneda se completa y lo que es el favor a cada uno se transforma en el favor a ambos mediante el papel del varón como apoyo y auxilio de la mujer, papel dictado por Dios y no por ninguna ambición femenina de castrarlo, como han podido formular algunos dementes. Los varones han de ser el apoyo de la mujer invirtiéndose en ellas ellos mismos y su fortuna. 

Esos son los deberes de los varones. En el caso de las mujeres Dios no formula ningún deber. No hace falta, visto que la naturaleza ya tiene bien atrapadas a las mujeres, como muy bien sabe Dios, claro está. Las mujeres desempeñan su función sin necesidad de ningún mandamiento divino como han demostrado fehacientemente los hechos. Lo que se refiere a las mujeres Dios lo remite a Sí mismo: “y las virtuosas (ellas) son las verdaderamente devotas a Dios y guardadoras de lo oculto guardado por Dios.” Y ¿qué es lo oculto que guardan ellas si son virtuosas y devotas a Dios pero no los varones? La fidelidad en el matrimonio no es, puesto que esa incumbe por igual a varones y a mujeres; tampoco los secretos, cuya guarda incumbe igualmente a ambos sexos. Entonces ¿qué es eso que solamente las mujeres pueden guardar y que Dios ha guardado o habrá guardado? ¿Pudiera ser la concepción, el embarazo, lo oculto, la nueva criatura humana y lo que la atañe? Y ¿no concordaría eso con el mandamiento de la aleya 4.1. “honrad a Dios (ittaqwllah) por quien os preguntáis y honrad las matrices”? Esta es la única vez en todo el honrado Alcorán en que se nos manda honrar a Dios y a otra cosa junto con Él.

El que en esta parte de la aleya 4.34 que habla exclusivamente de las mujeres y su relación con lo que guarda Dios se haya forzado la existencia de unos maridos (los maridos ausentes, los secretos de los maridos o la reputación de los maridos) que no existen en el texto ni explícitos ni implícitos, delata cómo se ha convertido el honrado Alcorán en un documento interesado al servicio de los varones de fuego en el que la única función de las mujeres consiste en serles útiles a ellos, ni siquiera a la especie o a los hijos, sino a ellos.  

Sigue a esa frase sobre lo oculto otra maravilla de concisión  que igualmente ha servido para otro logro de la mentalidad del varón de fuego ante las palabras divinas. Nunca deja una de sorprenderse ante tanta confusión acumulada sobre esta aleya. Sigue siendo de aplicación el símil de la cebolla pero sólo si se trata de una cebolla enorme con muchísimas capas. Cuando salvamos una creemos que hemos llegado a alguna parte pero no, no hemos dado más que un pasito y sin saber siquiera en qué dirección.

Bien, como decíamos, sigue a esa frase la última oración de la aleya que, como no podía dejar de ser, gira también en torno a los maridos hechos de fuego. Las mujeres no pueden existir aparte de un varón al que pertenezcan  y les dé una razón de ser y eso a pesar de que en la aleya jamás se habla de maridos o de esposas y que sólo se trata de varones y de mujeres. Entonces, lo que diga el honrado Alcorán no importa porque el honrado Alcorán no puede hablar, no se le permite  hablar de las mujeres si no es con referencia a varones que constituyan la razón de su existencia.

El mayor escollo en general con que suele tropezar la gente en la lectura de esta aleya parece haber sido la palabra “iDribuhunna”, que aparece en su última parte. Habitualmente se ha traducido como “pegadlas” y muchos han investigado y dado buenas razones para no aceptar esa traducción. En esta ocasión yo iré un poquito más allá: una vez salvadas unas cuantas capas de la cebolla, se advierte que el significado no pude ser “pegadlas” por un buen número de razones, aparte de las que ya se han solido dar. Para empezar, aquí el honrado Alcorán no se dirige a ningún marido ni a los maridos en general. Ni siquiera se dirige a los varones. ¿A quién se dirige Dios en esa aleya? Volvamos a la aleya 4.29. Empieza con el vocativo: “Ya ayyuha al-ladhina amanu”, “Oh, vosotros que habéis llegado a creer”. A esos va dirigida, a aquellos que han llegado a creer, mujeres y varones, los creyentes en general. A ellos se dirige toda esta serie de aleyas. Véase y examínese con detención cada aleya después de la 29 y hasta la 42, en todos ellas se mantiene el mismo destinatario. Después de la aleya 42, en la aleya 43, se renueva el mismo vocativo iniciándola con “Oh vosotros que habéis llegado a creer”. Vemos pues que la alocución no se dirige a ningún marido de nadie, sino que se dirige a todos los creyentes, sí también a las mujeres y a los niños y también a los varones que no son de fuego sino de barro.

 

Así pues, hasta aquí no ha aparecido ningún marido en el horizonte, tampoco ninguna esposa, solo varones en general, mujeres en general, luego mujeres virtuosas, que es de desear que seamos todas, pero que por si acaso algunas mujeres estuvieran en dificultades y pudieran extraviarse, a nosotros, los creyentes se nos ordena no quedarnos de brazos cruzados sino prevenir lo que tememos que pueda ocurrir. “IDribuhunna” con el significado de “golpear” o “azotar” no puede ser más que un sinsentido, en primer lugar porque se habla de temor o sospecha, no de nada que se tenga constancia de que haya ocurrido como para ya sin más, liarse a repartir estopa. En segundo lugar, porque, como queda mencionado, la alocución no va dirigida a ningún marido, sino a toda la comunidad de creyentes y es de esperar que estos no se liarían a apalear mujeres  a mansalva porque resulta que se sospecha de ellas.

En lugar de eso, lo que se instruye a los creyentes es que aborden a las mujeres por las que temen expresándoles esos temores, luego dejar que las mujeres reflexionen sobre ello por su cuenta y, por último, resolver con ellas cualquiera que sea la situación en que están si es que esa situación existe. El famoso “nushuz” en este contexto y dado su sentido semántico como lo contrapuesto a las virtuosas, no podemos equivocarnos mucho si pensamos que lo que se teme es que esas mujeres hagan algo que las aparte de la conducta aceptada  o correcta en cuanto a su relación con  Dios en tanto que mujeres y que sería la que se menciona en la oración anterior de guardar lo que Dios guardó.  

Si retrocedemos a la aleya 4.15 en la que se nos instruye sobre aquellas que “ya’atina el fahisha”, que vivan en la indecencia (el aspecto del verbo es de acción inacabada, de donde se sigue que es algo que se hace habitualmente o repetidamente) y sabiendo lo que han sido y son las sociedades humanas, no nos costaría mucho entender que lo que dice, si no exclusivamente, sí casa perfectamente con las mujeres atrapadas en la prostitución. Y si, como vemos, en la 4.15 se nos ordena recogerlas en las casas, ¿dónde entonces están antes de que las recojamos en las casas? ¿En la calle tal vez? Si también tenemos en cuenta que estos grupos de aleyas de la azora 4 Las mujeres no tienen por objeto legislar penalmente, sino que, muy al contrario,  se dedican a la protección social de los más desprotegidos, vemos que lo que se nos hace dice es que debemos ocuparnos de los más abandonados por la sociedad, en particular las mujeres, como misión específica de los varones y como deber de toda la sociedad, sobre la que recae el deber de protección de todos sus miembros.   

¡Ah! Pero ¿no nos habremos precipitado un poco? ¡Sí! ¡Esperen, esperen! Porque la mentalidad del varón de fuego con su necesidad de estrellato tiene un as en la manga y nos increpa: “¡Eh, eh! ¿Cómo puedo abandonarlas en el lecho si no soy su marido?” El varón de fuego se refiere a eso que se suele traducir como “… abandonadlas en el lecho…” o algo parecido. ¡Que nadie se asuste! A ver que nadie se asuste que nosotros también tenemos un as en la manga, porque ¿dónde está esa ley universal que dice que las mujeres solo pueden irse a la cama para tener en ella a un varón y tener el honor de darle gusto pero nunca, nunca, jamás de los jamases, meramente para dormir? Perdóneseme la guasa. Es que nos lo ponen muy fácil. Y no hay que olvidar tampoco de que, dormir o no, lecho o yacija, lo que dice la aleya no se dirige a ningún marido en cuanto tal sino al conjunto de los creyentes, varones y mujeres.

Entremos en detalle. Hoy día, la cama se ha convertido en un eufemismo de las relaciones carnales porque la especie humana en esta época adora los eufemismos. Pero eso ¿siempre ha sido así? En el honrado Alcorán seguro que no, que desde luego en él no se anda con eufemismos ni ñoñerías. Entonces ¿era ese el caso en Arabia en la época de la revelación? ¿Eran tantas las camas que había allí en aquel entonces? Lo cierto es que la imagen que se viene a la mente con la interpretación que hace de esta aleya la mentalidad del varón de fuego es la del mundillo del “petit-bourgeois” del siglo XIX y parte del XX, todavía tan añorada por los musulmanes “tradicionales“, que asocian la familia ideal con esa imagen de la familia burguesita de la época colonial.

Procedamos entonces con rigor, examinemos esa palabra que hace tan felices a los varocéntricos de fuego porque les da ese pequeño plus por encima de las mujeres. Aunque no sea “pegar”, pero, por favor, por favor de los favores, no se lo arranquemos. Si lo pierden jamás volverán a recuperarse, por favor no los castremos.

Bien, pongámonos serios, esta vez sí, y coloquémonos en una situación que pueda corresponder a la descrita en el texto y que yo he ilustrado como se sugiere en la 4.15 y en esta última parte de la 4.34: Mujeres que pueden no tener medios económicos y que probablemente tengan hijos y a las que se nos dice que recojamos en las casas. La palabra empleada en la última parte de la aleya 4.34 y que se ha traducido como “cama” o “lecho” es “madayi3”. “Madayi3” no es cama,  no es un mueble, no hay ningún marido que deje de irse con ellas a la cama. Lo más probable es que ellas no tengan una cama y ni siquiera un hogar. Puede comprobarse que “madayi3” en su origen y en el honrado Alcorán significa el lugar en que uno se echa sobre el costado para dormir (en castellano a-costarse), ya sea en el santo suelo o en la santa tierra al aire libre, si también pudiera ser en una cama pero no siempre todo el mundo en todas partes ha tenido una cama, pero nunca ha dejado de acostarse a dormir. El honrado Alcorán también piensa en esas personas que pueden no tener una casa, por no hablar calo de un dormitorio, sobre todo precisamente en esta azora 4, Las mujeres.  Para hablar de la relación carnal en el honrado Alcorán jamás se emplea el término madja3, plural madaji3, ni esa palabra ni siquiera cualquier otra que tenga nada que ver con dormir. “Dormir”, otro nuevo eufemismo para hablar de relaciones carnales. ¿Va a querer decir eso que en el honrado Alcorán se prohíbe dormir a todos los que aparecen en él a menos que siempre eso signifique tener relaciones carnales? No si yo ya sospechaba que los mencionados en el honrado Alcorán era gente muy despierta. Rematemos esta glosa de los madayi3 con algo sacado del diccionario. Muchas palabras del árabe, desde la revelación del honrado Alcorán han podido adquirir otros significados, pero el verbo del que se deriva madayi3 sigue significando echarse a dormir y, aquí viene lo curioso hay dos palabras dayi3 y mudaayi3 que significan compañero de cama, camarada, compañero… Una indicación más de que los madayi3 de que habla el honrado Alcorán no tienen nada que ver con maridos ni con esposas ni con sexo. Incluso cuando se comparten esos madayi3 es con camaradas. Confío en que, de momento y al paso que vamos, “camarada” no se haya transformado ya en algún eufemismo de amante o concubino.

Visto lo anterior, no resultará sorprendente que en cambio la palabra madaji3 sí se use en el honrado Alcorán con el significado que afirmamos aquí de lugar en el que una persona se acuesta para dormir. El lugar donde se sabe que se le encontrará a uno porque le es propio. Creo, incluso, si no  me equivoco, que un habitáculo muy común en Arabia eran las jaimas y dudo de que en ellas hubiera muchas camas y alcobas matrimoniales. Asimismo, si el tiempo es clemente, la gente puede dormir al aire libre sin cama ninguna. Hoy día, en nuestro mundo tan eufemístico, eso es lo que hacen los sin techo todo el tiempo. Podríamos preguntarnos ¿quedan excluidos del honrado Alcorán los sin techo de nuestra época? ¿Se reveló el honrado Alcorán solo a beneficio de la gente “decente” y burguesita que tiene dormitorios y camas?

En un mundo en el que no todos podrían tener una casa o un piso en el que vivir, lo que sí tendrían sería un lugar en el que pararan habitualmente, donde se les podría encontrar, el sitio donde se echarían a dormir, es decir, sus madaji3. Podrían ser sus cartones colocados en el suelo en algún lugar resguardado, tal vez bajo un puente. Si pensamos que, aunque no de manera exclusiva, la disposición de la 4.34 puede referirse a mujeres que no tengan lo que se pueda llamar un hogar, el uso de madaji3 tal como aparece en el honrado Alcorán en varias ocasiones, sin ninguna connotación familiar o sexual, queda plenamente justificado, ya que en su sentido básico no excluye a nadie, ni a los más abandonados, es decir, a aquellos más necesitados de que los auxilie la sociedad y a los que se dedica la azora 4 Las mujeres.

Entonces, cuando se dice a los creyentes, varones y mujeres, que dejen a las mujeres en los madaji3, no podemos errar mucho si entendemos que debemos dejarlas reflexionar sobre su situación y, como se suele decir, que consulten con la almohada. No sé si tendrían almohada, pero vemos que la asociación de ideas que se refleja en este pasaje es perfectamente legítima y compartida en muchos idiomas, entre otros el nuestro. Después ver con ellas qué es lo que las coloca en la tesitura de verse marginadas e “iDribuhunna”, llegar a una solución, hacer lo más eficaz para sacarlas del apuro. “Hunna”, porque ha de hacerse con ellas, “iDribu”, porque no ha de quedarse en meras palabras, sino de verdad, sacarlas del atolladero y no dejarlas que, por ejemplo, se echen a la calle para vender su cuerpo. Hoy en día se conoce esto como asistencia social.

A los varones musulmanes de fuego no se les ocurriría nunca pensar en la 4.15 o en la 4.34 en relación con la prostitución, a pesar de que hay y siempre habido prostitución en sus sociedades. Pero, como quedó dicho, para ellos la prostitución no es un problema sino una solución. El problema es de las rameras y no tiene nada que ver con ellos y por tanto no tiene por qué encontrarse en el honrado Alcorán. Si las necesitan, visitan las mancebías y ya está. ¿A qué vendría gastar más tinta en ello? En cambio, sus mujeres son suyas y esa propiedad debe estar protegida en el honrado Alcorán. En consecuencia esta aleya debe referirse a las cosas que pudieran hacer sus esposas y que ellos no aprueben. El ir más allá de eso, para el varón de fuego, es “haram”, pecado, prohibido.

“...y las virtuosas [ellas] son las verdaderamente devotas, guardadoras de lo oculto guardado por Dios. Y a aquellas de quienes temáis [vosotros, la comunidad de creyentes] que vayan a caer en conducta inmoral (nushuz) exhortadlas, dejadlas en sus moradas (madayi3) y resolved con ellas su situación (iDribuhunna) y, si os hacen caso, [a vosotros, la comunidad de creyentes], dejadlas en paz.”


Vemos que la aleya es perfectamente coherente en sus distintas partes: los varones tienen un deber general para con las mujeres. No se dice qué sucede con los varones que no contribuyen según su capacidad, aunque eso deberá abordarlo la sociedad con equidad y fundándose en los principios coránicos. Luego, con respecto a las mujeres, se hacen dos consideraciones y ninguna de ellas entraña castigo ninguno: Las mujeres virtuosas guardan lo que Dios ha guardado y les da a guardar (Obsérvese que se habla de Dios y que no hay ningún marido por ningún lado ni explícito ni implícito), y puede que haya mujeres que se tema que puedan hacer lo que no hacen las virtuosas y caer en malos pasos y en cuyo favor deben intervenir los creyentes. A todos, varones y mujeres, se dirigen estas instrucciones de ocuparse de esas mujeres.

Se suele aducir que la siguiente aleya, 4.35, habla de una pareja. Correcto: la siguiente aleya. Cuando nos ocupemos de ella veremos sus beneficios y enseñanzas pero ahora estamos en la 4.34 y vemos lo que tiene que decir, que es abundante y claro: varones y mujeres son socios y unos, los varones han de ordenar sus deberes en torno al otro socio, ellas, a las que Dios ya ha dado su carga en origen. Los varones deben sostener a las mujeres y esto nos depara otra perla de la enseñanza coránica. Hemos hablado de la reproducción y de cómo las mujeres llevan esa carga. También sabemos que las mujeres no son fértiles toda su vida sino solo un intervalo e incluso en este pueden no reproducirse o reproducirse muy pocas veces. La naturaleza y el honrado Alcorán, por medio de las mujeres, deja a la especie un margen de maniobra generoso en el que el talento, la inspiración y la capacidad de las mujeres puede dedicarse a otras tareas distintas de la imperativa de la reproducción cuando y como ellas se vean en disposición de hacerlo.

En una sociedad regida por los principios coránicos, las mujeres y varones de barro pueden abrir el camino hacia esa tierra prometida, esa tierra sin mal que ha soñado cada pueblo de la tierra, o al menos acercarse a ella un poco más, a un futuro en el que los pájaros de barro formados por el hijo de Maryam, puedan levantar el vuelo.

 

 

 

Traducción de la imagen El Código Napoleón:

El Código Napoleón

¡Una catástrofe para las mujeres!

En 1804, el Código Napoleón afirma la incapacidad jurídica total de la mujer casada:

– Prohibición de acceso a liceos y universidades 

– Prohibición de firmar contratos y de administrar sus bienes

– Exclusión total de los derechos políticos

– Prohibición de trabajar sin la autorización del marido

– Prohibición de cobrar sus sueldos por sí misma

– Control de su correspondencia y relaciones por el marido

– Prohibición de viajar al extranjero sin autorización

– Imposición a las mujeres de penas graves por adulterio.

– Las madres solteras y los hijos naturales carecen de cualquier derecho

En el artículo 1124 de ese monumento a la misoginia que es el código civil, Napoleón define sin ambigüedad ninguna el lugar de la ciudadana en la sociedad: Son personas privadas de drechos jurídicos los menores, las mujeres casadas, los delincuentes y los deficientes mentales.

Añádase en 1910:

-La mujer y sus entrañas son propiedad del varón y puede hacer con ellas lo que le parezca (Código Napoleón)