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Testigos: ¿Dos mujeres igual a un varón?

 

 

         En el periplo doctrinal e intelectual de todo musulmán y, en particular, de toda musulmana, hay escollos, aunque esos escollos no tienen por qué ser insalvables ni dar al traste con la labor de conocimiento y comprensión de lo que nos enseña el honrado Alcorán. Los escollos suelen consistir en lo que, según fuentes a las que se atribuye autoridad, nos quiere decir el honrado Alcorán.

         Naturalmente, en ello estamos todos, en lo que quiere decir el honrado Alcorán en cada pasaje de su texto. Bien, no lo tenemos tan difícil, lo que el honrado Alcorán quiere decir, lo dice. No hace falta ningún sabueso que venga a resolver enigmas que el honrado Alcorán no nos ha presentado, si bien no es menos cierto que, a veces, no es lo más natural lo que entendemos, sino lo que, a fuerza de repetición y de no oír ni ver otra cosa, se nos ha enseñado que es lo más natural aunque carezca de base en el honrado Alcorán. Entendemos, pues,  del honrado Alcorán lo que nos han enseñado a atribuirle y ese es un terreno en el que especialmente las mujeres, y por tanto, la especie humana, han sido muy mal servidas. En todo lo que en el honrado Alcorán atañe a las mujeres se atribuyen cosas que el honrado Alcorán no dice y se le prohíbe decir otras cosas que sí que dice.

        Uno de los casos de los que hablamos y que vamos a examinar ahora es el de la aleya 2.282, de la que se ha derivado la “doctrina” jurídica de que el testimonio de una mujer vale la mitad del de un varón.

         Pasemos, sin más preámbulos a examinar esa aleya, cuyo texto figura encuadrado más arriba y cuya traduccion figura a continuación:

        “¡OH VOSOTROS que habéis llegado a creer! Cuando contratéis un préstamo por un plazo determinado, ponedlo por escrito. Y que un escribano lo redacte con equidad para ambas partes; y que el escribano no se niegue a escribir como Dios le ha enseñado: que escriba pues, y que le dicte quien contrae la deuda; y que sea consciente de Dios, su Sustentador, y no menoscabe en nada su compromiso. Y si quien contrae la deuda fuera débil de mente o cuerpo, o fuera incapaz de dictar, que dicte entonces su tutor con equidad. Y llamad para que sirvan de testigos a dos de vuestros hombres; y si no encontráis dos hombres, entonces, un hombre y dos mujeres que os parezcan aceptables como testigos, de modo que si una yerra, la otra subsane su error. Y los testigos no deberán negarse [a dar testimonio] cuando se les llame. Y no os mostréis reacios a poner por escrito todas las disposiciones contractuales, sean pequeñas o grandes, junto con la fecha de vencimiento; esto es más equitativo ante Dios, más fiable como testimonio y mejor para evitar que os surjan [luego] dudas. A menos que se trate de una transacción que hagáis en el acto, en cuyo caso no incurriréis en falta si no lo ponéis por escrito. Y tomad testigos cuando negociéis entre vosotros, y que no se haga daño a ningún escribano ni a ningún testigo; pues si lo hacéis, ciertamente, sería una falta grave por vuestra parte. Y sed conscientes de Dios, pues es Dios quien [así] os enseña --y Dios tiene pleno conocimiento de todo.”

        Como diríamos hablando de un medicamento, a efectos de lo que dice y no dice el honrado Alcorán en relación con las mujeres, el principio activo que nos interesa en esta aleya es la parte resaltada en color. Pongo a continuación una traducción lo más literal posible de esa parte, coincida o no con la traducción publicada de la que nos hemos servido:

         “Y recabad dos testigos de entre los varones y, si no son dos varones, que sea un varón y dos mujeres de entre quienes os satisfagan de entre los testigos, de modo que, si una de las dos yerra, una de las dos haga recordar a la otra."

      Si el lector de estas líneas es un primerizo en la lectura del honrado Alcorán hay cosas que sin duda se le harán extrañas. La elipsis en él, en general en la lengua árabe pero muy particularmente en el honrado Alcorán, es omnipresente y, si no se tuviera eso en cuenta, en muchas ocasiones el lector se negaría prácticamente a sí mismo el enterarse bien de lo que se dice. Es una cuestión de adaptación. Eso, quizás, explica también el que se cuelen en las interpretaciones y traducciones del honrado Alcorán tantas cosas que son aporte personal del interpretador o traductor y no contenido implícito o explícito del texto ya sea en la traducción misma ya sea como intrusiones textuales en el original o en el texto traducido, mostrados habitualmente entre corchetes.

        Teniendo eso en cuenta, tomemos ahora la aleya 2.282. Lo primero que se echa de ver es que, en este caso, como en tantísimos otros, lo que dice el honrado Alcorán no es nada nuevo ni ningún descubrimiento sino más bien cosas de sentido común y que son de comprensión general en una sociedad que funcione medianamente bien y que las personas sensatas tienen como buenos usos, a saber: ponerlo por escrito si se toma un préstamo; que se encargue a alguien capaz para que lo ponga de esa forma y que, si el que presta no fuera capaz, que sea la persona que tenga su tutela la que dicte; y recabar testigos. Después de mencionar lo concerniente a la elección de los testigos, insiste en lo fundamental de tener estas cosas de tratos entre la gente debidamente formalizadas, salvaguardando a todos aquellos que se prestan a servir de escribanos o testigos, de forma que nadie tenga motivos para negarse a hacer de testigo o servir en cualquier otro menester para el que se le requiera fundadamente. Todo ello se cae de su peso y no tiene nada de sorprendente, antes bien, son todo lo que hay de razonable, juicioso y bien establecido. Nada hay aquí que haga sospechar que en este honrado Alcorán se están dictando normas desusadas para gente con rarezas y con las haya que andarse con pies de plomo.  

        Es entonces también de entender que lo que atañe a los testigos sigue las mismas pautas de sentido común y sano entendimiento que se dice en el resto. Y ahora, antes de seguir adelante y por abrir el tema, podríamos preguntarnos si en esa primera parte de la aleya en que se habla de personas que presten o tomen prestado, se exige que estas sean de un sexo y no de otro o si se exige que el escribano sea varón. Vemos con claridad que no se dice nada al respecto y que no figura semejante exigencia. También sabemos que en las sociedades occidentales, hasta hace bien poco, no sucedía que las mujeres hicieran de escribanos ni con cargo oficial ni sin él, aunque en este último caso, sin duda y si el marido o el padre que tenían su tutela no se oponían, hubieran podido hacerlo. Hoy está claro que si buscamos un escribano, ya sea con cargo oficial o con carácter privado, igual nos da el sexo de la persona, como nos da igual el sexo de quienes prestan o toman prestado. Veamos entonces qué sucede con los testigos en la aleya que tratamos y seguimos en el entendido de que tampoco para hablar de los testigos va a pretender el honrado Alcorán inventar la pólvora. Viene a ser, pues: de entre vosotros, podéis recabar a dos varones y, si no dos varones, pues también un varón vale y también dos mujeres o una mujer… es decir, lo que se hace no es prohibir a nadie ser testigo, sino dar facilidades para que quienquiera que necesite testigos los encuentre y se le brindan para ello todas las posibilidades de combinar los sexos, dos de uno, dos de otro o uno de cada.

Quienes han derivado de esta aleya que el testimonio de una mujer vale la mitad del testimonio de un varón o tenían unos intereses machistas o misóginos claros o se estaban haciendo pajas mentales porque, por favor, que se nos explique cómo se calibra eso de que un testimonio vale la mitad que otro. Si lo prestado son 500 reales ¿Se convierten estos en 250 reales al ser una mujer la que testifica? ¿Y, si son dos mujeres, entonces una testifica por 250, la otra por 250 y el varón por quinientos? Aunque en este último caso saldríamos a 1.000 reales. Todos sabemos que eso es una tontería. Se testifica y se testifica de forma que el testimonio sea claro para que sea válido y no hay mitad que valga. Se admite o no se admite el testimonio pero no se admite la mitad y se deja de admitir otra mitad. Todo lo más, pudiera ser dudoso. ¿Qué mitad hay, por ejemplo, en si una persona, del sexo que sea, testifica que fulano o fulana firmó delante de ella? Firmó o no firmó, no hay mitad que valga. De modo que la mitad del testimonio de un varón está bien como chiste pero no como norma de derecho. 

        La objeción que se pudiera hacer a esta parte de la aleya si se quisiera a toda costa que el honrado Alcorán dijera cosas contradictorias, sería que el honrado Alcorán no dice que dos mujeres solas testifiquen, solo que testifican junto con un varón pero ¿de verdad dice eso? 

        Ya hemos hablado de las elipsis, tan abundantes y presentes en todo el honrado Alcorán. A aquellos lectores que no puedan leer el honrado Alcorán en el árabe original, se les invita a leer una traducción en la que se haya añadido todo el contenido elidido en el original colocado entre paréntesis o entre corchetes. Que se fijen en todo lo que figura acotado de esa forma. Entre ello habrá cosas añadidas a criterio del traductor para que el texto resulte claro porque,  en el idioma de llegada, puede que las elipsis no se entiendan. Cierto es que muchas veces el traductor añade de más y que el lector no es tan menesteroso como se imagina, pero también es cierto que sin ningún añadido a menudo el texto queda incongruente o extraño.

        No es tal vez el que voy a poner el mejor ejemplo pero es el que se me viene ahora a la memoria, no tanto de cosas puestas entre paréntesis como de cosas que es lógico suponer y que no se dicen en el original. Me refiero a la aleya 18.22 de la azora La Cueva en que se habla de los durmientes que permanecieron en ella. Veámosla:

 سَيَقُولُونَ ثَلَاثَةٌ رَّابِعُهُمْ كَلْبُهُمْ وَيَقُولُونَ خَمْسَةٌ سَادِسُهُمْ كَلْبُهُمْ رَجْمًا بِالْغَيْبِ ۖ وَيَقُولُونَ سَبْعَةٌ وَثَامِنُهُمْ كَلْبُهُمْ ۚ قُل رَّبِّي أَعْلَمُ بِعِدَّتِهِم مَّا يَعْلَمُهُمْ إِلَّا قَلِيلٌ ۗ فَلَا تُمَارِ فِيهِمْ إِلَّا مِرَاءً ظَاهِرًا وَلَا تَسْتَفْتِ فِيهِم مِّنْهُمْ أَحَدًا

 

        “[Y en el futuro] dirán (algunos): “[Eran] tres, y el cuarto su perro,” (mientras que otros) dirán: “[Eran] cinco, y el sexto su perro” --conjeturando (en vano sobre) algo que no pueden saber-- y [así sucesivamente, hasta que] (algunos) dirán: “[Eran] siete, y el octavo su perro.” Di: “(Sólo) mi Sustentador sabe cuántos eran. No tienen conocimiento [real] (de ellos) sino unos pocos. No discutas, pues, sobre ellos sino con un argumento obvio, y no consultes a ninguno de esos [cuentistas] acerca de ellos.”

         En opinión de quien escribe, la traducción que hemos elegido de este pasaje se caracteriza por un exceso de inserciones aclaratorias, la mayoría de ellas sin poner entre paréntesis o entre corchetes. En la cita que hacemos, a esas inserciones que figuran en la traducción sin que el traductor las haya señalado como tales, nosotros las hemos puesto entre paréntesis y las inserciones que sí ha señalado el traductor se han dejado entre corchetes. Sin embargo y aun admitiendo que las hay en exceso, lo cierto es que sin algunas de esas inserciones el texto resultaría incomprensible o, por lo menos, raro y que deja, a pesar de todo, huecos en el discurso original en árabe que no se rellenan porque, acertadamente, se entiende que el lector será capaz de sacar sus propias conclusiones. La aleya que acabamos de citar no es la misma clase de texto que el de la aleya 2.282, pero sí hay semejanza en los huecos que se deja rellenar al lector con su capacidad de raciocinio. Veamos:

        “Dirán: tres y el cuarto su perro. Dirán: cinco y el sexto su perro, conjeturando sobre lo que es imposible de saber. Y dirán: siete y el octavo su perro.”

         Cabe suponer que las conjeturas de que se nos habla no se limitan a un número en el que el perro siempre sea el par y los durmientes de la cueva los impares. ¿Nadie conjetura si eran cuatro y el quinto el perro, si eran seis y el séptimo el perro ni si eran ocho y el noveno el perro? Cabe suponer que sí, que la ley universal de conjetura libre no impone que el perro sea siempre par pero, con lo que dice el texto, entendemos que encierra eso que es lógico suponer y que aunque se hable solo de durmientes impares y de perro par, también puede haberse conjeturado durmientes pares y perro non, nada nos advierte de que haya que excluirlo.   

 

Visto esto, que no es algo inusitado en el honrado Alcorán, cabe entender que el que se dé por descontado que las dos mujeres van en consonancia con los dos varones y que en consonancia con el varón solo irá asimismo una mujer sola no es ninguna suposición gratuita sino apoyada en las elisiones lógicas que son de uso en el honrado Alcorán. Se trata de una deducción que, por otra parte, se sustenta también en los demás elementos del texto de la aleya que, de no atenderse y no entenderse la aleya de esta manera que decimos, resultarían incongruentes y en esas lecturas ininteligibles con que nos tropezamos a veces en las traducciones del honrado Alcorán, ya que parece partirse del supuesto de que éste no tiene por qué satisfacer esa clase de necesidades lógicas e intelectuales del lector. Sin embargo, el honrado Alcorán hace demasiados llamamientos al intelecto y a la capacidad de raciocinio de los lectores como para suponer que su Revelador fuera a permitir que el texto, encima, mostrara incongruencias por doquier.

         Apuremos el tema, sin embargo, y pongámonos en el caso de que, en efecto, lo que se contemplara en el texto fuera lo que se ha traducido e interpretado de costumbre: Que se busquen dos varones y que, si no se encuentran dos varones, se busque un varón y dos mujeres -y caso resuelto. ¿Es así? ¿Existe también para esto una ley universal de seguro cumplimiento por la que, aunque sea imposible encontrar dos varones, en cambio es absolutamente seguro que siempre, siempre se va a encontrar a un solo varón y que, además de ese varón, siempre se va a encontrar a dos mujeres? Yo no conozco semejante ley y, por otra parte, estamos en que el texto no dice ni insinúa que “si no se encuentran dos varones”, lo que dice es que “si (lo que se recaba) no son dos varones, entonces (que sea) un varón, dos mujeres, (una mujer)”. Y este último significado queda corroborado por lo que viene después:  

مِمَّن تَرْضَوْنَ مِنَ الشُّهَدَاءِ 

         “De entre quienes os satisfagan de entre los testigos.”

         Lo vemos traducido “que os plazcan como testigos” o algo semejante, que en sí no estaría mal, pero lo hacen referirse al varón y a las dos mujeres mencionados en último lugar. Eso, sin embargo, es más que dudoso. Es decir, que ¿para elegir un varón y dos mujeres los testigos han de ser satisfactorios pero no así cuando se eligen los dos varones de que se habla primero? ¿Y cuál es el motivo gramatical para restringir este “que os plazcan como testigos” a los tres últimos? En la composición de lugar de quienes sostienen que sólo si no hay varones debe elegirse a mujeres ¿cómo se sostiene que no haya un grupo en el que elegir a dos varones cuando lo que sigue se funda en que ya no quedan varones pero que, sin embargo, el único varón que queda ha de ser de quienes os plazcan como testigos? Lógica y gramaticalmente el “que os plazcan como testigos” comprende la elección de los dos varones, ya que si esa frase se refiriera sólo a lo que sigue no debería ir en masculino o genérico y debería ir únicamente en plural femenino, puesto que lo único que habría ya para elegir serían todo mujeres. El varón, siendo el único que hay, no sería de elección y, si él lo es, también por fuerza lo son los dos varones de que se habla en primer lugar.

         Por otra parte, explicada así, a la manera tradicional, un varón y dos mujeres como testigos porque una mujer solo no basta, habría que plantearse que, si como se nos dice, no se encuentran dos varones ¿Qué pasa si no se encuentra ningún varón? ¿Harán falta cuatro mujeres o bastará con dos o bastará con tres? Misterio. Nuevamente: ¿existe alguna ley universal y siempre cumplida de que si no se encuentran dos varones siempre se va a encontrar uno pero nunca, en ningún caso nos vamos a encontrar con que no se encuentra ninguno? Está claro que si se entiende la aleya a la manera “tradicional” tiene agujeros que es preciso rellenar muy malamente con conjeturas carentes de lógica. Entonces, y dado lo errado de traducir o interpretar “si no se encuentran varones”, la conclusión se impone por sí misma.

         De lo anterior, pues, se sigue que no hay fases en esta exposición. El “que os plazcan como testigos” se refiere a todo el grupo de población que pudiera ser testigo, es decir, varones y mujeres por igual. Ya quedó claro que la frase inicial que se traduce como “que se busquen dos varones y, si no se encuentran (o si no los hay), entonces...” es una traducción errónea, que parte quizás de la interpretación interesada de un pasaje que no indica ni dice tal cosa. Es decir no se está indicando que si no hay esto entonces esto otro sino que se puede tomar esto y también esto otro y esto otro. Es decir, los interesados son libres de elegir lo que entiendan sin preferencia por una cosa u otra, pueden ser un testigo o dos testigos o quizás también más testigos, de los sexos que quieran y en el número que quieran.

         Y veamos la frase mágica y que tanto satisface las tendencias misóginas, que es esa que dice que si una de ellas se olvida o se equivoca, la otra se lo recuerde.

        Seguimos en el entendido de que el honrado Alcorán no se dirige a seres extraños e inasequibles y que no está diciendo cosas enigmáticas sino a ras de tierra y de sentido común. Se han  enumerado varias combinaciones de testigos, explícita e implícitamente, y con la última dice algo que es de cajón y de sentido común y que casa con la famosa máxima de derecho “testigo uno testigo nulo”, es decir, el que se requieran o sean preferibles dos testigos, sean varones o mujeres, no obedece al sexo de estos sino a la validez o eficacia del testimonio. En efecto dos testigos pueden reforzarse el uno al otro y dar un testimonio más cabal sin estar sujetos a los despistes de una sola persona y eso será así sean varones o sean mujeres. No tenemos nada más que ver lo que se dice en esa aleya de  los durmientes y el perro y de la que ya hemos citado parte. Los testigos que conjeturaban sobre los durmientes y el perro ¿eran varones o eran mujeres? No se especifica y lo que suponemos es que eran varones o mujeres indistintamente. Por otra parte en ninguna aleya del honrado Alcorán se sugiere ni remotamente que un sexo se equivoque más que el otro ni tampoco que haya de mirarse el testimonio de una mujer con más rigor que el de un varón. Y si existe semejante aleya, por favor que se señale.                                                                                                                 

        En cambio para abonar que las mujeres sean peores testigos que los varones el único argumento que se aporta es la frase “de forma que si una olvida, la otra le recuerde”, lo cual evidentemente es verdad en cuanto a esas dos mujeres que son el antecedente de los sujetos de la oración que nos ocupa, que una de ellas pueda errar, pero que no nos está diciendo de ninguna manera que es que ninguno de los dos testigos varones del principio del pasaje pueda errar. Claro está que pueden errar y puede errar uno de ellos y entonces el otro le deberá recordar, que para eso se requieren o se prefieren dos testigos en lugar de uno o mejor que uno. Si no fuera así, jamás sería necesario u holgaría el testimonio de los dos varones y bastaría siempre con el de uno, como ya hemos señalado que se entiende en derecho, en cualquier derecho, y la mención de las dos mujeres y el motivo remacha precisamente que en el honrado Alcorán también se sostiene el que dos testigos son preferibles a uno y que probablemente sea la importancia del asunto lo que podría hacerse conformar con un solo testigo si el préstamo es de poca consideración. Recordar también que no faltan en el honrado Alcorán instancias en que los varones yerran. Ya hemos hablado de los durmientes y el perro. Igualmente en la 7.149:

وَلَمَّا سُقِطَ فِي أَيْدِيهِمْ وَرَأَوْا أَنَّهُمْ قَدْ ضَلُّوا قَالُوا لَئِن لَّمْ يَرْحَمْنَا رَبُّنَا وَيَغْفِرْ لَنَا لَنَكُونَنَّ مِنَ الْخَاسِرِين

         “...aunque [luego,] cuando se golpeaban las manos de remordimiento al ver que habían errado (Dal-lu), decían: “¡En verdad, a menos que nuestro Sustentador se apiade de nosotros y nos perdone, seremos, ciertamente, de los perdidos!”

        Resulta tambien elocuente la aleya 9.71:

وَالْمُؤْمِنُونَ وَالْمُؤْمِنَاتُ بَعْضُهُمْ أَوْلِيَاءُ بَعْضٍ ۚ يَأْمُرُونَ بِالْمَعْرُوفِ وَيَنْهَوْنَ عَنِ الْمُنكَرِ وَيُقِيمُونَ الصَّلَاةَ وَيُؤْتُونَ الزَّكَاةَ وَيُطِيعُونَ اللَّـهَ وَرَسُولَهُ ۚ أُولَـٰئِكَ سَيَرْحَمُهُمُ اللَّـهُ ۗ إِنَّ اللَّـهَ عَزِيزٌ حَكِيمٌ

        “Y LOS creyentes y las creyentes son protectores los unos de los otros: [todos] ellos ordenan la conducta recta y prohíben la conducta inmoral, son constantes en la oración, pagan el impuesto de purificación y obedecen a Dios y a Su Enviado. Sobre esos derramará Dios Su misericordia: en verdad, Dios es todopoderoso, sabio.

        Aquí no se dice que nadie haya errado pero si se autoriza igualmente a varones y a mujeres a proteger del error a otros de cualquier sexo sin poner en tela de juicio la capacidad de valoración y de discreción de nadie.

        Finalmente y atendiendo a lo que se nos dice en la aleya 39.18:

الَّذِينَ يَسْتَمِعُونَ الْقَوْلَ فَيَتَّبِعُونَ أَحْسَنَهُ ۚ أُولَـٰئِكَ الَّذِينَ هَدَاهُمُ اللَّـهُ ۖ وَأُولَـٰئِكَ هُمْ أُولُوالْأَلْبَابِ 

        "…que escuchan la Palabra y siguen lo mejor de ella! ¡Esos son los que Dios ha dirigido! ¡Esos son los dotados de intelecto!"

¿Qué es lo mejor que se nos dice en la aleya 2.282? ¿Buscar tres pies al gato tratando de fijar cuál es esa mitad que vale el testimonio de una mujer con respecto al de un varón o bien elegir a quienes estimemos mejor capacitados como testigos sean varones o mujeres? La respuesta puede ser que no diga tanto  del honrado Alcorán pero sin duda sí dirá mucho de quien la responde, si es, en efecto, de los dotados de intelecto o no lo es.  

 

 

 

 




Varones de fuego, mujeres de barro


«7.11. Y, ciertamente, os [plural] creamos y luego os [plural]

dimos forma; y luego dijimos a los ángeles: “¡Postraos ante adam!”

–y se postraron excepto Ibliis, que no fue de los que se postraron. .»

«7.12. Y dijo Dios: “¿Qué te impidió postrarte cuando te lo ordené?”

Respondió: “Yo soy mejor que él: a mí me creaste de fuego

mientras que a él lo creaste de barro»

«38.75. Dijo Dios: “¡Oh Ibliis! ¿Qué te ha impedido postrarte

ante lo que he creado con Mis manos? ¿Te tomas por más o por encima

de otros?” »

«38.76. Respondió: “Soy mejor que él: A mí me creaste de fuego

y a él lo creaste de barro.” »          (Honrado Alcorán)

En mis últimos años, dedicados a la exégesis coránica, me he encontrado, por una parte,  con algo que me ha sorprendido gratamente y, por otra, con algo que no me ha agradado tanto.

Lo que he descubierto con agrado –aunque para otros no será un descubrimiento- es que el feminismo que se desprende del honrado Alcorán no es el feminismo al uso por el que se revisa la interpretación del texto revelado para adaptarla a las circunstancias del mundo actual y colocar a las mujeres al mismo nivel que los varones. Al contrario, el feminismo que se desprende del honrado Alcorán es radical, radicalmente feminista y radicalmente islámico y sin el prurito de tener que gustar a unos o a otros.

En cuanto a lo que digo que ya no me ha agrada tanto es que aquello que hasta no hace mucho se consideraba el sumun, que era alcanzar la igualdad con los varones, ya no parece satisfacer a algunas de nosotras que nos consideramos feministas, aunque eso en su día fuera un paso necesario. Es una situación que, aunque sigue considerándose deseable, ya no nos conviene, dado que su punto de partida está fijado a la conveniencia del varón y para satisfacer sus exigencias, ya sean estas legítimas o no y, preciso es reconocerlo, los varones no son la Humanidad. Nosotras, las mujeres, somos la Humanidad.

¿Me he pasado de la raya al decir esto? En un sentido, desde luego, pero en otro no, para nada. Creo que para muchos de nosotros, la cosa está clara. Las mujeres son como los varones, sí, pero, como dice muy bien el honrado Alcorán en la aleya 3.36: “El varón no es como la mujer”.  Todo lo que en la vida le puede ocurrir a un varón, le puede también pasar a una mujer, pero hay cosas que les pueden ocurrir a las mujeres y que les pasan todo el tiempo y que no le pueden ocurrir ni siquiera una sola vez en toda su vida a un solo varón. Ellos no concebirán, no se embarazarán, no parirán y no amamantarán nunca. Si eso que les ocurre a las mujeres pero no a los varones fuera algo baladí o accesorio, como dejarse barba larga o corta o no dejársela o, estadísticamente, ser más altos o más bajos o más o menos fuertes,   podríamos no darle importancia pero es que aquello en lo que el varón no es como la mujer es precisamente la capacidad para perpetuar la especie, que es la primera necesidad de cualquier especie y que en los mamíferos exige de las hembras una inversión desmedida. Esta capacidad y la posibilidad de ser madre condicionan enteramente la vida de las mujeres, sin equivalente ninguno en lo que puedan experimentar los varones.

Por otra parte, el ideal sería que todos, mujeres y varones, nos encontráramos en igualdad de condiciones. Nadie, creo, está en desacuerdo con eso. La cuestión es cuáles habrían de ser esas condiciones para que fueran iguales para todos, aunque el dilema se resuelve solo porque, como ya hemos dicho, las exigencias femeninas encierran todas las exigencias masculinas porque ¿qué necesidades podrían tener los varones que no tuvieran también las mujeres? Todos queremos libertad, todos queremos seguridad, dignidad, derecho a la vida privada… No hay nada en la vida normal de un varón que no figure también en la vida normal de una mujer.

La inversa, sin embargo, no se da. Las necesidades de los varones no incluyen nada relativo a la capacidad de concebir, la capacidad para los embarazos, la capacidad de menstruar, la capacidad de parir o la posibilidad de no conseguir cualquiera de esas cosas. De hecho, esas necesidades de las mujeres, no es meramente que se hayan descuidado bajo las normas masculinas que llevan milenios rigiendo a la humanidad sino que se han utilizado con saña en perjuicio de las propias mujeres, muchísimas veces despojándolas gravemente de su capacidad reproductiva sometiendo esta a la voluntad y capricho de los varones, haciendo de ellas un apero para la reproducción que se maneja a voluntad para que dé hijos o para que no los dé y en las condiciones fijadas por el poder patriarcal, dividiendo para ello a  las mujeres en “las buenas”, que se reproducen con la aprobación masculina, y “las malas”, que no se emplean para la reproducción sino exclusivamente para el disfrute de los varones y que, si se reproducen, se las castiga y se castiga cruelmente a su prole o se la mata.

El Código Napoleón y sus derivados vinieron a compendiar el dominio masculino.  En   ellos  se reunían y sistematizaban todas las leyes hasta entonces dispersas en distintos códigos y costumbres a lo largo de siglos. Bajo esas leyes, vigentes en muchos países del primer mundo  hasta la segunda mitad del siglo pasado, a todos los efectos, las mujeres eran menores de edad y empleadas, sin sueldo ni vacaciones ni descanso semanal, de los maridos, los padres o los hermanos con horario de 24 horas. Lo hijos, por supuesto, eran responsabilidad y propiedad del padre y la madre mera prestadora de servicios reproductivos y domésticos también bajo la autoridad del padre. Por otra parte, mientras que el adulterio de la mujer constituía delito, no sucedía lo  mismo con el del varón. La mera idea de que se penara el adulterio masculino hubiera dado risa –y todavía la da-. La mujer no podía disponer de sus propios bienes, siendo el marido el único con derecho a hacerlo. Cualquier alcohólico, por ejemplo, podía disponer  de los bienes de su esposa y dejarla a ella y a sus hijos en la miseria, algo que sin duda consternaba a la buena gente que debía ser testigo de ello pero que no podían hacer nada por evitarlo, al tiempo que otras personas, no tan honradas, se veían alentadas por la propia ley a aprovecharse de mujeres y niños.´

(Véase la traducción de este texto al final del artículo)

 

Seguimos teniendo arraigada esa subordinación de nuestro sexo al bien común (es decir, al bien de los varones). Incluso cuando ya no siguen vigentes las leyes del Código Napoleón, muchos siguen creyendo, por ejemplo, que el Estado u otras instituciones y, claro está, los varones a través de ellas, tienen el derecho de entrometerse en el cuerpo de las mujeres con el pretexto de que el aborto es un crimen. Pero resulta que el que las mujeres den la vida no es ningún logro masculino, no es nada que ellos hayan conseguido con gran esfuerzo y diligencia, sino algo completamente ajeno a su actividad o intención. Dios quiso crear a los mamíferos y asignar la carga y el honor de dar la vida a las hembras. A pesar de eso, la arrogante mentalidad varócéntrica, a semejanza de Ibliis, el ser hecho de fuego de que nos habla el honrado Alcorán, pretende poner los cuerpos femeninos a disposición de la colectividad. Es decir las mujeres no tienen vida privada ni propia. Su función dadora de vida, lejos de atraerle honores, da el pretexto a sus opresores para que se la tenga, como a una bandida, bajo vigilancia, a entrometerse en su intimidad, a que se la despoje de su cuerpo. Lo mismo sucede cuando se la espía e inspecciona a ver si sigue virgen o se le imponen reglas constringentes  en sus salidas, su vestimenta o relaciones de cualquier tipo.

Puede ser que no se deba abortar o también puede ser que haya motivo para ello en según qué condiciones. Sea como sea, el cuerpo de las mujeres no es un cuerpo compartido con la sociedad ni con el Estado, no es propiedad pública sino muy privada. No se puede quebrantar la intimidad ni la privacidad femenina bajo ningún pretexto. Dios no da facultad o poder para eso a nadie, a nadie, salvo en el caso de aquellos derechos particulares que puedan derivarse de un contrato de matrimonio y que solo asistiría a la otra parte conforme a lo contratado y nunca a ninguna colectividad ni por voluntad ajena a los contratantes ni más allá de lo contratado. No puede nacionalizarse el cuerpo femenino como si fuera una riqueza nacional. Para llegar a semejante injuria, antes debería haberse nacionalizado el cuerpo de todos los varones.

Algo que vale la pena resaltar cuando hoy en día se lamenta tanto que seamos demasiados en el planeta y que por ese motivo se halle en un estado catastrófico  es que, si eso demuestra algo, es que las mujeres no han fallado en su misión de dar vida, antes al contrario la han cumplido más allá de cualquier expectativa. Es chocante, pues, que las mismas fuerzas que mantienen en todo el mundo a millones de mujeres como rameras a las que, claro está, no se solicita para procrear sino para todo lo contrario, se pretenda que se inspeccione a las mujeres para evitar que se deshagan de algo que de todas formas no le interesa un pimiento al orden patriarcal, a menos que le sea útil , puesto que vemos perfectamente que los varones no van de vez por las mancebías para averiguar si por ventura de alguna de sus actividades hubiera surgido una nueva criatura. En el aborto solo vale la pena pensar si sirve para perseguir a las mujeres, si no, por favor, que continúe y allá se apañen ellas como puedan mientras no se nos dé la lata con ello.   

Así pues, aunque muchas veces se trate como si lo fuera, el cuerpo de una mujer no es un activo del Estado ni un peligro público. Nada de eso. Es el medio de cumplir la encomienda que Dios les ha dado directamente y sin intermediarios ni tutelaje ninguno a las mujeres. Es una encomienda tan sagrada como privada de Dios a cada mujer. Debería ser fuente de honra para ella y no de esclavitud ni censura y, para todos los hombres, varones y mujeres, debiera ser un honor proceder de esa encomienda divina y no de lo que decida ningún varón  con veleidades de poder ni ningún aquelarre masculino o su seguimiento femenino.

Tampoco hay que olvidar que su constitución expone a las mujeres a otros peligros, como la violación, la trata, la prostitución, el abuso y la violencia doméstica o de género, que si bien pueden acechar también a los varones, en su caso son mucho menos frecuentes o se limitan a la infancia. Así pues, comprobamos que, a pesar de ser quienes proporcionan a la sociedad y a la especie su  principal activo, que son las nuevas generaciones, lejos de granjearse  con ello las mujeres respeto y consideración, lo que les ha atraído casi siempre ha sido opresión, persecución, represalias, penalidades, crueldad y abuso. Cabe decir que el presente orden patriarcal desequilibra a la sociedad humana y oprime y frustra a todo el mundo.

Se suele objetar a los feministas que también los varones lo pasan mal, que también ellos se preocupan por sus familias y son víctimas de la sociedad tanto como las mujeres. Eso es cierto en algunos sentidos, pero hay feministas y pensadores de distintas tendencias que afirman que ello obedece precisamente a la estructura y mentalidad patriarcal que, en última instancia, reconoce la fuerza como el primer principio de autoridad. No hace falta indagar mucho para comprobar que es así. Por otra parte, la fuerza siempre es favorable a los varones, dado que a las  mujeres, por la carga que soportan y su constitución, les resultaría difícil mantener una autoridad sobre esa base. Es de lamentar que hoy día a quien renuncia a la fuerza no se lo ve como buena persona sino como a un tonto. La autoridad hoy día sigue la mentalidad de Ibliis. ¿Acaso no protestó Ibliis por tener que postrarse él, que estaba hecho de fuego, ante una enclenque criatura hecha de barro? En términos coránicos podríamos decir, a tenor del paradigma de la fuerza, que los varones que hacen como Ibliis se pretenden hechos de fuego y las mujeres de barro. ¿Es que va a someterse el fuego al barro? Los varones de bien que se dan cuenta de que no se los ha creado para ser de fuego sino de barro y no se esperan subordinación de las mujeres sino que, por el contrario, quieren servirles de apoyo, están tan necesitados de reconocimiento como las propias mujeres. Los que siguen atrapados en el espejismo del varón hecho de fuego lo único que pueden alcanzar en cualquier sociedad humana es frustración, la propia y la de la sociedad. Aunque consigan la adoración que pretenden, nunca les satisfará, porque, aun gozándola, saben en su fuero interno que es sólo una apariencia extorsionada al destino.

Volviendo a la panorámica del primer mundo, vemos que ya se han abrogado o modificado radicalmente las leyes derivadas del código Napoleón. Ahora “la mujer es igual al varón” y tenemos derecho a ser lo que pretendamos ser (no entraré en el esfuerzo que hayan de hacer para lograrlo). Sin embargo, sigue ocurriendo que aunque la mujer es igual que el varón, el varón no es igual que la mujer y que seguimos asentados en el patrón varonil, seguimos obligadas a ser varones funcionales al tiempo que seguimos soportando toda la carga de la reproducción pero sin que se nos reconozca esa carga, porque eso es algo excepcional y no de toda la población, ya que al grueso de la especie, ellos, no les ocurre y como si el reproducirse fuera un caprichito privado de las mujeres.

Aun así, es innegable que en la lucha por la igualdad se han alcanzo logros importantes para la mujeres, aunque, desde luego, la situación actual crea menos conflictos a unas mujeres que otras. En general las mujeres de los países ricos están mejor que las de los países pobres. El dinero no lo arregla todo pero sí lo hace más llevadero. Posibilita, por ejemplo, el trabajo inmigrante en aquellos hogares en que la mujer trabaja y tendría, sin ese trabajo, que ocuparse de todo. También en los países que tienen buenas estructuras sociales, ricos normalmente, la vida para la mujer es más fácil que en los que carecen de ellas. En otro orden de cosas, las mujeres acomodadas de los países pobres, con abundancia de mano de obra barata, pueden vivir incluso mejor que las de los países ricos y disfrutar de su “igualdad” casi como los varones, si sus circunstancias domésticas se lo permiten.

Sin embargo, en algunas partes del primer mundo, las cosas están yendo a peor. Para la mayoría de las mujeres, el trabajar hoy día no es cuestión de elección sino de necesidad, dada la precariedad de los empleos y lo exiguo de la remuneración que hace que todo el que puede encontrar un empleo de hecho trabaje.

En resumen, sigue mandando la mentalidad de varón de fuego y hay demasiados habitantes en la tierra para que a nadie le preocupe la reproducción. Estamos muy lejos de ninguna crisis que amenace con la desaparición de la especie humana. Como en una sociedad en la que todos fuesen cojos y se exigiera a los nuevos que se cortaran una pierna para ser admitidos, hoy se obliga a las mujeres a elegir entre cortarse una pierna o atenerse a las consecuencias, ya que no hay necesidad ninguna de hacer concesiones a cambio de algo que ya se tiene sin necesidad de hacerlas. No hay ninguna necesidad de honrar a las mujeres o de mimarlas para que siga la especie. La poca reproducción que necesitamos la podemos tener sin transigir con nada. Nada, pues, nos obliga a cambiar. E, incluso, si la necesidad fuera grande, a las mujeres siempre se las puede forzar a reproducirse, al menos hasta cierto punto. Porque, eso sí, si se tira mucho de la cuerda esta podría romperse y la especie desaparecer junto con las mujeres. Hasta ahora, los seres humanos del tipo varón de fuego han conseguido pararse antes del abismo.

 

Lo dicho vale, por supuesto, a menos que se planteen las cosas desde el punto de vista moral, o sea, desde el punto de vista del ser humano “de barro”, como una exigencia de la realidad. Aunque, sin entrar en esas consideraciones, ahora que somos tantísimos millones también existen los medios y la posibilidad de eliminar igualmente a muchos millones en un abrir y cerrar de ojos por no decir en un par de añitos, por ejemplo, con una buena pandemia. Esto es de interés en el caso de aquellos que desdeñan las consideraciones morales por considerarlas carentes de objetividad.  Aunque,  moral aparte, los peligros que acechan a la humanidad podrían hacer del cambio la única alternativa.

Por otra parte ¿hay que hacer caso a quienes rechazan la moral? Para las personas con ética o creyentes siempre existe la obligación de obrar bien tanto en la índole (fitra) humana como en los  mandamientos divinos. Para los creyentes, el mandamiento de redimirnos de los delirios del varón de fuego y de recuperar nuestra naturaleza de barro, de seres sexuados, que no pueden esperar que se los adore, sino que son ellos los que deben adoración es fuente de conformidad y de las enseñanzas del honrado Alcorán se sigue para nosotros un gozo que podemos compartir con todos los seres humanos.

El honrado Alcorán encierra todos los elementos para crear una sociedad en la que las mujeres no tengan que ser cojas y los varones sean apreciados por sus obras generosas y buenas y no por su fuerza. Pero ¡qué pena que la luz del honrado Alcorán, esa luz que no ciega sino que surge de los corazones como una corriente de paz interior, esa luz ha quedado anegada en la riada de pensamientos ajenos a ella y hemos de volver al texto y sacar esa luz de debajo de todas las extrañas interpretaciones y traducciones que se le han superpuesto!

El honrado Alcorán es inequívoco. Aunque hay quienes lo pretenden, es falso que el honrado Alcorán asigne ningún rol a la mujer. En ninguna parte dice semejante cosa. Lo que sin embargo sí hace el honrado Alcorán es reconocer la función natural de las mujeres en tanto que mujeres y la falta de semejantes funciones en los varones en tanto que varones y, atendiendo a la carga que soportan las mujeres y no los varones en la reproducción, se asigna a estos el papel que equilibre la carga de las mujeres. Las mujeres asumen la carga de la reproducción y los varones les sirven a ellas de apoyo y auxilio en todo, incluida la aportación económica. El gran pensador indio fallecido no hace mucho, Ashghar Ali Engineer, escribió una serie de textos en los que acertadamente señalaba que en el honrado Alcorán se habla de las mujeres en términos de derechos y de los varones en términos de deberes. Aunque solo fuera por esa percepción, Engineer merece que se lo recuerde con deferencia porque ese solo hecho es un factor fundamental en el entendimiento del honrado Alcorán y para la paz interior de los creyentes.

Ahora bien ¿es cierta esa apreciación? Así lo creo. Como creo también que el honrado Alcorán no prohíbe a las mujeres absolutamente nada que les esté permitido a los varones ni otorga a estos autoridad ninguna sobre las mujeres. Lo que hace el honrado Alcorán es imponer a los varones la carga de ver que las mujeres estén perfectamente atendidas en todos los aspectos. Son muchas las formas en que esta encomienda se expresa en el honrado Alcorán pero, puesto que el presente es un texto breve, nos limitaremos a analizar con igual brevedad la aleya que fija la misión asignada a cada sexo en tanto que tal en la sociedad humana. Suelo hablar de esta aleya como la aleya de la balanza porque eso es lo que parece sugerir. Examinemos, pues, la aleya 4.34:

“4.34 Los varones (ellos) son responsables del cuidado (qawwamun) de las mujeres (ellas) en virtud de aquello con que Dios ha dotado mejor a los unos que a los otros (ba3Dahum 3ala baa3Din) y ello gastando de sus bienes y las virtuosas (ellas) son las verdaderamente devotas a Dios y guardadoras de lo oculto guardado por Dios. Y a aquellas de quienes temáis (vosotros, la comunidad de creyentes) que caigan en conducta inmoral (“nushuz”), exhortadlas, dejadlas en sus moradas (madayi’,) resolved con ellas su situación (iDribuhunna) y, si os hacen caso, (a vosotros, la comunidad de creyentes), dejadlas en paz. ¡Dios es en verdad excelso, grande!”

Un grupo de mujeres que mantenemos un vivo intercambio de pareceres llamamos a esta aleya la “superaleya” porque, de verdad, siendo la aleya maestra en la que Dios distribuye la carga de cada sexo, también se ha convertido en una ciudadela a modo de cebolla en la que se almacena todo un arsenal de armas y munición de forma que no consigamos ir más allá de la primera capa para llegar a esta divina gema, todo ello con el fin de mantener el territorio dominado por el varón de fuego fuera del alcance de las mujeres de barro. Cada paso de esta aleya está cargado y con doble bala. La labor de desmontaje de cada capa es ardua y hay muchos musulmanes, varones y mujeres que han puesto dedicación en hacerlo. Trataré de resumirlo. 

Con el papel de los varones como apoyo y auxiliares de las mujeres (qawwamun) casi siempre traducido hasta ahora como “los varones tienen autoridad sobre las mujeres”, parece que no estamos tan mal y actualmente se suele reflejar en las traducciones (véase también qawwamun en las aleyas 4.235 y 5.8). Sin embargo lo siguiente, la expresión de reciprocidad ba3Dahum 3ala ba3din, aunque tímidamente reflejada alguna vez, sigue haciéndosele caso omiso en muchas otras y traducirse como “algunos (o algunos varones) son mejores que otros” en la formulación que sea, o, descaradamente, “los varones son superiores a las mujeres”. De hecho, lo que dice la aleya es que Dios ha favorecido a los varones con respecto a las mujeres en algo y ha favorecido a las mujeres con respecto a los varones igualmente en algo y que, atendiendo a aquello en que se ha favorecido respectivamente a cada uno, los varones deben a las mujeres toda clase de apoyo y cuidados incluido explícitamente el apoyo económico.

Ahora bien ¿en qué ha favorecido Dios a las mujeres por encima de los varones y que sea específico de las mujeres en cuanto tales y que Dios considere importante y lo sea también para la especie, puesto que es de la especie de la que hablamos, dado que mujeres y varones constituyen la especie? Si nos hacemos los tontos podemos responder: las mujeres son más bajitas, más bonitas, los varones son más fortachones… En realidad, las mujeres también pueden ser fortachonas, más altas que muchos varones y además hay varones que tiran de espaldas de guapos que son… Estadísticamente puede haber más de una cosa en un sexo que en el otro pero la regla, que no necesita de ninguna estadística para distinguir un varón de una mujer, es que nunca, ni siquiera una sola vez, un varón va a concebir, quedarse preñado o parir. Esa es una capacidad y una facultad que poseen las mujeres y no los varones. Con ello, Dios ha favorecido claramente a las mujeres. Y ¿Cuál es la contrapartida del varón? Pues precisamente la inversa: la concepción puede no ser una carga pero todo lo que viene después lo es. Una carga muy pesada que determina el destino de toda mujer desde cualquier punto de vista, porque, aun cuando sea estéril, puede haber tenido expectativas y todos los que no son ella haber tenido expectativas a su respecto.

Y de qué manera tan concisa e inteligente expresa todo eso el honrado Alcorán. Una cara de la moneda es la carga femenina y la otra el verse libre de la carga de lo que se beneficia el varón. Pero puesto que lo que rige la creación divina es el equilibrio, la moneda se completa y lo que es el favor a cada uno se transforma en el favor a ambos mediante el papel del varón como apoyo y auxilio de la mujer, papel dictado por Dios y no por ninguna ambición femenina de castrarlo, como han podido formular algunos dementes. Los varones han de ser el apoyo de la mujer invirtiéndose en ellas ellos mismos y su fortuna. 

Esos son los deberes de los varones. En el caso de las mujeres Dios no formula ningún deber. No hace falta, visto que la naturaleza ya tiene bien atrapadas a las mujeres, como muy bien sabe Dios, claro está. Las mujeres desempeñan su función sin necesidad de ningún mandamiento divino como han demostrado fehacientemente los hechos. Lo que se refiere a las mujeres Dios lo remite a Sí mismo: “y las virtuosas (ellas) son las verdaderamente devotas a Dios y guardadoras de lo oculto guardado por Dios.” Y ¿qué es lo oculto que guardan ellas si son virtuosas y devotas a Dios pero no los varones? La fidelidad en el matrimonio no es, puesto que esa incumbe por igual a varones y a mujeres; tampoco los secretos, cuya guarda incumbe igualmente a ambos sexos. Entonces ¿qué es eso que solamente las mujeres pueden guardar y que Dios ha guardado o habrá guardado? ¿Pudiera ser la concepción, el embarazo, lo oculto, la nueva criatura humana y lo que la atañe? Y ¿no concordaría eso con el mandamiento de la aleya 4.1. “honrad a Dios (ittaqwllah) por quien os preguntáis y honrad las matrices”? Esta es la única vez en todo el honrado Alcorán en que se nos manda honrar a Dios y a otra cosa junto con Él.

El que en esta parte de la aleya 4.34 que habla exclusivamente de las mujeres y su relación con lo que guarda Dios se haya forzado la existencia de unos maridos (los maridos ausentes, los secretos de los maridos o la reputación de los maridos) que no existen en el texto ni explícitos ni implícitos, delata cómo se ha convertido el honrado Alcorán en un documento interesado al servicio de los varones de fuego en el que la única función de las mujeres consiste en serles útiles a ellos, ni siquiera a la especie o a los hijos, sino a ellos.  

Sigue a esa frase sobre lo oculto otra maravilla de concisión  que igualmente ha servido para otro logro de la mentalidad del varón de fuego ante las palabras divinas. Nunca deja una de sorprenderse ante tanta confusión acumulada sobre esta aleya. Sigue siendo de aplicación el símil de la cebolla pero sólo si se trata de una cebolla enorme con muchísimas capas. Cuando salvamos una creemos que hemos llegado a alguna parte pero no, no hemos dado más que un pasito y sin saber siquiera en qué dirección.

Bien, como decíamos, sigue a esa frase la última oración de la aleya que, como no podía dejar de ser, gira también en torno a los maridos hechos de fuego. Las mujeres no pueden existir aparte de un varón al que pertenezcan  y les dé una razón de ser y eso a pesar de que en la aleya jamás se habla de maridos o de esposas y que sólo se trata de varones y de mujeres. Entonces, lo que diga el honrado Alcorán no importa porque el honrado Alcorán no puede hablar, no se le permite  hablar de las mujeres si no es con referencia a varones que constituyan la razón de su existencia.

El mayor escollo en general con que suele tropezar la gente en la lectura de esta aleya parece haber sido la palabra “iDribuhunna”, que aparece en su última parte. Habitualmente se ha traducido como “pegadlas” y muchos han investigado y dado buenas razones para no aceptar esa traducción. En esta ocasión yo iré un poquito más allá: una vez salvadas unas cuantas capas de la cebolla, se advierte que el significado no pude ser “pegadlas” por un buen número de razones, aparte de las que ya se han solido dar. Para empezar, aquí el honrado Alcorán no se dirige a ningún marido ni a los maridos en general. Ni siquiera se dirige a los varones. ¿A quién se dirige Dios en esa aleya? Volvamos a la aleya 4.29. Empieza con el vocativo: “Ya ayyuha al-ladhina amanu”, “Oh, vosotros que habéis llegado a creer”. A esos va dirigida, a aquellos que han llegado a creer, mujeres y varones, los creyentes en general. A ellos se dirige toda esta serie de aleyas. Véase y examínese con detención cada aleya después de la 29 y hasta la 42, en todos ellas se mantiene el mismo destinatario. Después de la aleya 42, en la aleya 43, se renueva el mismo vocativo iniciándola con “Oh vosotros que habéis llegado a creer”. Vemos pues que la alocución no se dirige a ningún marido de nadie, sino que se dirige a todos los creyentes, sí también a las mujeres y a los niños y también a los varones que no son de fuego sino de barro.

 

Así pues, hasta aquí no ha aparecido ningún marido en el horizonte, tampoco ninguna esposa, solo varones en general, mujeres en general, luego mujeres virtuosas, que es de desear que seamos todas, pero que por si acaso algunas mujeres estuvieran en dificultades y pudieran extraviarse, a nosotros, los creyentes se nos ordena no quedarnos de brazos cruzados sino prevenir lo que tememos que pueda ocurrir. “IDribuhunna” con el significado de “golpear” o “azotar” no puede ser más que un sinsentido, en primer lugar porque se habla de temor o sospecha, no de nada que se tenga constancia de que haya ocurrido como para ya sin más, liarse a repartir estopa. En segundo lugar, porque, como queda mencionado, la alocución no va dirigida a ningún marido, sino a toda la comunidad de creyentes y es de esperar que estos no se liarían a apalear mujeres  a mansalva porque resulta que se sospecha de ellas.

En lugar de eso, lo que se instruye a los creyentes es que aborden a las mujeres por las que temen expresándoles esos temores, luego dejar que las mujeres reflexionen sobre ello por su cuenta y, por último, resolver con ellas cualquiera que sea la situación en que están si es que esa situación existe. El famoso “nushuz” en este contexto y dado su sentido semántico como lo contrapuesto a las virtuosas, no podemos equivocarnos mucho si pensamos que lo que se teme es que esas mujeres hagan algo que las aparte de la conducta aceptada  o correcta en cuanto a su relación con  Dios en tanto que mujeres y que sería la que se menciona en la oración anterior de guardar lo que Dios guardó.  

Si retrocedemos a la aleya 4.15 en la que se nos instruye sobre aquellas que “ya’atina el fahisha”, que vivan en la indecencia (el aspecto del verbo es de acción inacabada, de donde se sigue que es algo que se hace habitualmente o repetidamente) y sabiendo lo que han sido y son las sociedades humanas, no nos costaría mucho entender que lo que dice, si no exclusivamente, sí casa perfectamente con las mujeres atrapadas en la prostitución. Y si, como vemos, en la 4.15 se nos ordena recogerlas en las casas, ¿dónde entonces están antes de que las recojamos en las casas? ¿En la calle tal vez? Si también tenemos en cuenta que estos grupos de aleyas de la azora 4 Las mujeres no tienen por objeto legislar penalmente, sino que, muy al contrario,  se dedican a la protección social de los más desprotegidos, vemos que lo que se nos hace dice es que debemos ocuparnos de los más abandonados por la sociedad, en particular las mujeres, como misión específica de los varones y como deber de toda la sociedad, sobre la que recae el deber de protección de todos sus miembros.   

¡Ah! Pero ¿no nos habremos precipitado un poco? ¡Sí! ¡Esperen, esperen! Porque la mentalidad del varón de fuego con su necesidad de estrellato tiene un as en la manga y nos increpa: “¡Eh, eh! ¿Cómo puedo abandonarlas en el lecho si no soy su marido?” El varón de fuego se refiere a eso que se suele traducir como “… abandonadlas en el lecho…” o algo parecido. ¡Que nadie se asuste! A ver que nadie se asuste que nosotros también tenemos un as en la manga, porque ¿dónde está esa ley universal que dice que las mujeres solo pueden irse a la cama para tener en ella a un varón y tener el honor de darle gusto pero nunca, nunca, jamás de los jamases, meramente para dormir? Perdóneseme la guasa. Es que nos lo ponen muy fácil. Y no hay que olvidar tampoco de que, dormir o no, lecho o yacija, lo que dice la aleya no se dirige a ningún marido en cuanto tal sino al conjunto de los creyentes, varones y mujeres.

Entremos en detalle. Hoy día, la cama se ha convertido en un eufemismo de las relaciones carnales porque la especie humana en esta época adora los eufemismos. Pero eso ¿siempre ha sido así? En el honrado Alcorán seguro que no, que desde luego en él no se anda con eufemismos ni ñoñerías. Entonces ¿era ese el caso en Arabia en la época de la revelación? ¿Eran tantas las camas que había allí en aquel entonces? Lo cierto es que la imagen que se viene a la mente con la interpretación que hace de esta aleya la mentalidad del varón de fuego es la del mundillo del “petit-bourgeois” del siglo XIX y parte del XX, todavía tan añorada por los musulmanes “tradicionales“, que asocian la familia ideal con esa imagen de la familia burguesita de la época colonial.

Procedamos entonces con rigor, examinemos esa palabra que hace tan felices a los varocéntricos de fuego porque les da ese pequeño plus por encima de las mujeres. Aunque no sea “pegar”, pero, por favor, por favor de los favores, no se lo arranquemos. Si lo pierden jamás volverán a recuperarse, por favor no los castremos.

Bien, pongámonos serios, esta vez sí, y coloquémonos en una situación que pueda corresponder a la descrita en el texto y que yo he ilustrado como se sugiere en la 4.15 y en esta última parte de la 4.34: Mujeres que pueden no tener medios económicos y que probablemente tengan hijos y a las que se nos dice que recojamos en las casas. La palabra empleada en la última parte de la aleya 4.34 y que se ha traducido como “cama” o “lecho” es “madayi3”. “Madayi3” no es cama,  no es un mueble, no hay ningún marido que deje de irse con ellas a la cama. Lo más probable es que ellas no tengan una cama y ni siquiera un hogar. Puede comprobarse que “madayi3” en su origen y en el honrado Alcorán significa el lugar en que uno se echa sobre el costado para dormir (en castellano a-costarse), ya sea en el santo suelo o en la santa tierra al aire libre, si también pudiera ser en una cama pero no siempre todo el mundo en todas partes ha tenido una cama, pero nunca ha dejado de acostarse a dormir. El honrado Alcorán también piensa en esas personas que pueden no tener una casa, por no hablar calo de un dormitorio, sobre todo precisamente en esta azora 4, Las mujeres.  Para hablar de la relación carnal en el honrado Alcorán jamás se emplea el término madja3, plural madaji3, ni esa palabra ni siquiera cualquier otra que tenga nada que ver con dormir. “Dormir”, otro nuevo eufemismo para hablar de relaciones carnales. ¿Va a querer decir eso que en el honrado Alcorán se prohíbe dormir a todos los que aparecen en él a menos que siempre eso signifique tener relaciones carnales? No si yo ya sospechaba que los mencionados en el honrado Alcorán era gente muy despierta. Rematemos esta glosa de los madayi3 con algo sacado del diccionario. Muchas palabras del árabe, desde la revelación del honrado Alcorán han podido adquirir otros significados, pero el verbo del que se deriva madayi3 sigue significando echarse a dormir y, aquí viene lo curioso hay dos palabras dayi3 y mudaayi3 que significan compañero de cama, camarada, compañero… Una indicación más de que los madayi3 de que habla el honrado Alcorán no tienen nada que ver con maridos ni con esposas ni con sexo. Incluso cuando se comparten esos madayi3 es con camaradas. Confío en que, de momento y al paso que vamos, “camarada” no se haya transformado ya en algún eufemismo de amante o concubino.

Visto lo anterior, no resultará sorprendente que en cambio la palabra madaji3 sí se use en el honrado Alcorán con el significado que afirmamos aquí de lugar en el que una persona se acuesta para dormir. El lugar donde se sabe que se le encontrará a uno porque le es propio. Creo, incluso, si no  me equivoco, que un habitáculo muy común en Arabia eran las jaimas y dudo de que en ellas hubiera muchas camas y alcobas matrimoniales. Asimismo, si el tiempo es clemente, la gente puede dormir al aire libre sin cama ninguna. Hoy día, en nuestro mundo tan eufemístico, eso es lo que hacen los sin techo todo el tiempo. Podríamos preguntarnos ¿quedan excluidos del honrado Alcorán los sin techo de nuestra época? ¿Se reveló el honrado Alcorán solo a beneficio de la gente “decente” y burguesita que tiene dormitorios y camas?

En un mundo en el que no todos podrían tener una casa o un piso en el que vivir, lo que sí tendrían sería un lugar en el que pararan habitualmente, donde se les podría encontrar, el sitio donde se echarían a dormir, es decir, sus madaji3. Podrían ser sus cartones colocados en el suelo en algún lugar resguardado, tal vez bajo un puente. Si pensamos que, aunque no de manera exclusiva, la disposición de la 4.34 puede referirse a mujeres que no tengan lo que se pueda llamar un hogar, el uso de madaji3 tal como aparece en el honrado Alcorán en varias ocasiones, sin ninguna connotación familiar o sexual, queda plenamente justificado, ya que en su sentido básico no excluye a nadie, ni a los más abandonados, es decir, a aquellos más necesitados de que los auxilie la sociedad y a los que se dedica la azora 4 Las mujeres.

Entonces, cuando se dice a los creyentes, varones y mujeres, que dejen a las mujeres en los madaji3, no podemos errar mucho si entendemos que debemos dejarlas reflexionar sobre su situación y, como se suele decir, que consulten con la almohada. No sé si tendrían almohada, pero vemos que la asociación de ideas que se refleja en este pasaje es perfectamente legítima y compartida en muchos idiomas, entre otros el nuestro. Después ver con ellas qué es lo que las coloca en la tesitura de verse marginadas e “iDribuhunna”, llegar a una solución, hacer lo más eficaz para sacarlas del apuro. “Hunna”, porque ha de hacerse con ellas, “iDribu”, porque no ha de quedarse en meras palabras, sino de verdad, sacarlas del atolladero y no dejarlas que, por ejemplo, se echen a la calle para vender su cuerpo. Hoy en día se conoce esto como asistencia social.

A los varones musulmanes de fuego no se les ocurriría nunca pensar en la 4.15 o en la 4.34 en relación con la prostitución, a pesar de que hay y siempre habido prostitución en sus sociedades. Pero, como quedó dicho, para ellos la prostitución no es un problema sino una solución. El problema es de las rameras y no tiene nada que ver con ellos y por tanto no tiene por qué encontrarse en el honrado Alcorán. Si las necesitan, visitan las mancebías y ya está. ¿A qué vendría gastar más tinta en ello? En cambio, sus mujeres son suyas y esa propiedad debe estar protegida en el honrado Alcorán. En consecuencia esta aleya debe referirse a las cosas que pudieran hacer sus esposas y que ellos no aprueben. El ir más allá de eso, para el varón de fuego, es “haram”, pecado, prohibido.

“...y las virtuosas [ellas] son las verdaderamente devotas, guardadoras de lo oculto guardado por Dios. Y a aquellas de quienes temáis [vosotros, la comunidad de creyentes] que vayan a caer en conducta inmoral (nushuz) exhortadlas, dejadlas en sus moradas (madayi3) y resolved con ellas su situación (iDribuhunna) y, si os hacen caso, [a vosotros, la comunidad de creyentes], dejadlas en paz.”


Vemos que la aleya es perfectamente coherente en sus distintas partes: los varones tienen un deber general para con las mujeres. No se dice qué sucede con los varones que no contribuyen según su capacidad, aunque eso deberá abordarlo la sociedad con equidad y fundándose en los principios coránicos. Luego, con respecto a las mujeres, se hacen dos consideraciones y ninguna de ellas entraña castigo ninguno: Las mujeres virtuosas guardan lo que Dios ha guardado y les da a guardar (Obsérvese que se habla de Dios y que no hay ningún marido por ningún lado ni explícito ni implícito), y puede que haya mujeres que se tema que puedan hacer lo que no hacen las virtuosas y caer en malos pasos y en cuyo favor deben intervenir los creyentes. A todos, varones y mujeres, se dirigen estas instrucciones de ocuparse de esas mujeres.

Se suele aducir que la siguiente aleya, 4.35, habla de una pareja. Correcto: la siguiente aleya. Cuando nos ocupemos de ella veremos sus beneficios y enseñanzas pero ahora estamos en la 4.34 y vemos lo que tiene que decir, que es abundante y claro: varones y mujeres son socios y unos, los varones han de ordenar sus deberes en torno al otro socio, ellas, a las que Dios ya ha dado su carga en origen. Los varones deben sostener a las mujeres y esto nos depara otra perla de la enseñanza coránica. Hemos hablado de la reproducción y de cómo las mujeres llevan esa carga. También sabemos que las mujeres no son fértiles toda su vida sino solo un intervalo e incluso en este pueden no reproducirse o reproducirse muy pocas veces. La naturaleza y el honrado Alcorán, por medio de las mujeres, deja a la especie un margen de maniobra generoso en el que el talento, la inspiración y la capacidad de las mujeres puede dedicarse a otras tareas distintas de la imperativa de la reproducción cuando y como ellas se vean en disposición de hacerlo.

En una sociedad regida por los principios coránicos, las mujeres y varones de barro pueden abrir el camino hacia esa tierra prometida, esa tierra sin mal que ha soñado cada pueblo de la tierra, o al menos acercarse a ella un poco más, a un futuro en el que los pájaros de barro formados por el hijo de Maryam, puedan levantar el vuelo.

 

 

 

Traducción de la imagen El Código Napoleón:

El Código Napoleón

¡Una catástrofe para las mujeres!

En 1804, el Código Napoleón afirma la incapacidad jurídica total de la mujer casada:

– Prohibición de acceso a liceos y universidades 

– Prohibición de firmar contratos y de administrar sus bienes

– Exclusión total de los derechos políticos

– Prohibición de trabajar sin la autorización del marido

– Prohibición de cobrar sus sueldos por sí misma

– Control de su correspondencia y relaciones por el marido

– Prohibición de viajar al extranjero sin autorización

– Imposición a las mujeres de penas graves por adulterio.

– Las madres solteras y los hijos naturales carecen de cualquier derecho

En el artículo 1124 de ese monumento a la misoginia que es el código civil, Napoleón define sin ambigüedad ninguna el lugar de la ciudadana en la sociedad: Son personas privadas de drechos jurídicos los menores, las mujeres casadas, los delincuentes y los deficientes mentales.

Añádase en 1910:

-La mujer y sus entrañas son propiedad del varón y puede hacer con ellas lo que le parezca (Código Napoleón)